28 abril, 2024

Llegó y pasó el día que tanto temíamos que llegara, y lo hizo con el corazón en la garganta, con niebla en la mirada y con los sentidos en ebullición. Ninguno queríamos dejar de vivir el más mínimo detalle de la despedida. La última salida del Pirámides, la última explosión de color de los puestos con banderas y bufandas rojiblancas bajo el sol de Arganzuela. El puente de Toledo al frente. Miles de personas bajando en la misma dirección hacia el Paseo de los Melancólicos, más melancólico que nunca esta vez. Desde el Paseo de Pontones, desde el Paseo Imperial, desde Madrid Río, desde el puente de San Isidro… y solamente dos colores: el rojo y el blanco. Grabados en el espíritu de los 55.000 que nos acercábamos a paso lento por última vez a la que ha sido nuestra casa durante los últimos 50 años. Y lo que parecía imposible sucedió. El tiempo pareció detenerse. Vimos la película de toda una vida ante nuestros ojos. El primer gol de Luis, la primera Liga en el Manzanares, el Cagliari, el gol de Gárate al Celtic, Adelardo y la Intercontinental, la samba de Leivinha y Pereira, Arteche contra el Betis, las faltas de Landáburu, el gol de Marina al Madrid en Copa,.Alemao, las galopadas de Futre, los goles de Manolo y Baltazar, Schuster, Caminero, Pantic, Kiko, el doblete, Forlán, Simao, Maxi, Miranda alé, alé alé, Falcao, Diego Costa, Mario, Courtois, Godín, Gabi, Koke, Juanfran, Filipe, Griezmann, Tiago, el último gol de Correa… y ayer, hoy y mañana Diego Pablo Simeone y Fernando Torres. Eternos, inmortales.

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El tiempo, ese ladrón implacable, juguetón, nos estaba haciendo un guiño. Chronos y Poseidón, o si se prefiere Saturno y Neptuno, nos concedían una intensa tregua. El primer gol fue una prueba de ello. Tiago puso un balón a la espalda de los centrales al poco de empezar y de repente nos vimos en Stamford Bridge. Acto seguido vino el segundo, también del Niño y continuamos riendo, llorando, abrazándonos…

Pero la tregua no podía ser eterna. Llegaba el final. El tiempo otra vez. Implacable. Lento y letal nos alejaba de allí. Nos empujaba de nuestra casa. Nos arrancaba una parte de nuestra alma, de nuestra vida, y la dejaba entre aquellos muros de hormigón para toda la eternidad. Porque cuando ya no esté, haya lo que haya allí, se seguirán escuchando a las miles y miles de gargantas que desde 1967 a 2017 han cantado a todo pulmón llenas de felicidad pasase lo que pasase. Lloviese o granizase.

Y allí estábamos otra vez en el Paseo de los Meláncólicos. Cuesta arriba ahora. Más que nunca. De repente huérfanos en un extraño y sobrecogedor silencio. Cruzar el río, nuestro río, a partir de ahora ya no volverá a ser lo mismo. La última mirada atrás. La última foto. Otra más. Silencio… Para entender lo que pasa, hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa… Adiós, viejo amigo. Ya eres parte de mí para siempre. Sirva el futuro para reconfortar el alma. El corazón maltrecho. Lo mejor está por llegar. Siempre.

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