El hombre que cambió el guion de la película una noche de abril. Aquel que trasladó el argumento de lo que parecía ser una nueva entrega de “Misión Imposible” al clásico “300” del Atlético de Madrid. Con una diferencia. Esta vez, el director no era Gabi, ni Koke, ni siquiera Simeone. Tampoco un entonces inexperto Saúl, cuyo papel en esta historia fue la de protagonista. Quién hacía de brújula y no daba órdenes a sus compañeros hasta que él hacía cuenta de que no llegaba a ese balón, era un tipo que no llevaba más de cinco meses defendiendo los intereses de su nuevo club, pero ese tiempo le bastó para entender el Atleti mejor que muchos. Mejor que nadie.

Tras el sorteo de los cruces de semifinales de Copa de Europa, sucedió lo esperado. El Atleti se enfrentaría al Bayern de Múnich. El único peso pesado del viejo continente al que Simeone no se había enfrentado aún. El Cholo ya sabía cómo ganar a Madrid y Barcelona, porque de los errores se aprende. Pero esta vez no había margen de error. Era la oportunidad de volver a una final solo dos años después de Lisboa. Y hacerlo a lo grande. Para colmo, la vuelta se jugaría en el Allianz y con el título de la Bundesliga prácticamente en el bolsillo para los bávaros. Era el “más difícil todavía”.
Y apareció él. Tras el gol de Saúl a los once minutos, el equipo de Guardiola se veía obligado a espabilar después de aquel mazazo en el que tres de los cuatro españoles del Bayern fueron a la marca del ilicitano, y los tres fallaron en su cometido. Los alemanes comenzaron a bombardear el área de Oblak moviendo tierra, mar y aire para buscar a Lewandowski, aunque sin éxito en la gran mayoría de balones filtrados y centros laterales gracias a unos imperiales Giménez y Savic. Y entonces, tras el trallazo de Alaba que se estrelló en el larguero, la figura de Augusto Fernández predominó por encima de las demás. Jugó la media hora restante como si fuera el último partido de su vida. Y el equipo lo notó. Cogió el oxígeno que el argentino perdía pugnando con Arturo Vidal, Thiago Alcántara y cía. La acción más memorable del encuentro, aquella en la que recibe un balonazo “ahí”, donde más duele, se levanta, se ajusta el pantalón y hace un sprint de 40 metros para ayudar en la presión y robar el esférico. Otra demostración de que el ADN atlético no tiene por qué venir de serie.
Fue curioso el mapa de calor que el ex del Celta creó durante el encuentro. A diferencia de los clásicos esquemas de Gabi, Koke o Griezmann, que muestran un azul (poco tiempo en ese punto) en prácticamente todas las zonas del campo, el mapa de Augusto presentaba unas pocas manchas azules en el área, lateral derecho y zona de ¾, y 5 “pelotazos”, 5 círculos perfectos, como trazados con un compás: en el pivote, en los mediocentros de ambas bandas, en el volante izquierdo y en el extremo izquierdo (estas dos últimas quizás nos dan a entender por qué un futbolista tan plural como Philipp Lahm no tuvo ni de lejos su mejor noche).

Ahora, de cara a la próxima temporada, y tras haberse recuperado de su fatal lesión que le mantuvo apartado de los terrenos de juego todo el pasado curso, Augusto tiene la misión de solventar varias imperfecciones que tuvo la medular rojiblanca durante el transcurso de la 16/17. Una de ellas, poder formarse, por fin, con Saúl-Gabi-Koke en el cuatrivote clásico de Simeone en los partidos ante rivales superiores. Otra, dar más descanso a éstos, sobre todo al capitán, que ya tiene 34 primaveras a su espalda, y aunque él diga y nos haga parecer en muchos encuentros que no, pesan lo suyo. Y con vistas al futuro, los años que le resten a Augusto en el Atleti y la importancia en clave minutos que tenga, influirá, sobre todo, en desde dónde va a imponer Koke su orden táctico. Porque las características de los Saúl y Thomas para la filosofía del equipo hacen que su demarcación en el medio sea, en el buen sentido, intrascendente. Si están bien, están bien en cualquier lado (aunque se sabe que a Saúl se le quiere buscar una plaza más fija en el doble pivote y a Thomas, hoy por hoy, le cuesta menos corregir sus fallos haciendo de interior).
Pero lo de Koke va un paso más allá. Aquella frase que sigue resonando (y es verdad, ojo) con el clásico: “Cuando Koke está bien, el Atleti está bien” parece demasiado simple. La realidad es, que aunque prima el “cómo está”, importa el “dónde está”. Porque al canterano lo hemos visto ser quien tiene la última palabra desde el interior izquierdo en los buenos momentos de Torres en la 15/16, haciendo de trabajador nato desde la derecha el año de la liga, y brillando al lado de Gabi en las primeras diez jornadas del pasado curso. Pero desde entonces, Koke se apagó. Sin dejar de ser vital en el XI, no se le recuerda ningún MVP, ninguna “masterclass” desde entonces. Y es que para encontrarse de nuevo a sí mismo, un jugador con una inteligencia táctica así, merece ser ayudado por los mejores para potenciarse. Y quién mejor que el “pibe” que desmanteló el centro del campo de todo un Bayern. Quién mejor que Augusto Matías Fernández I de Buenos Aires. Qué bueno que viniste, Emperador.