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Durante los últimos seis años, el mundo del periodismo deportivo y su credibilidad han sido constantemente amenazados por portadas y artículos en primera plana del palo de: “Qué mal juega el Atleti”, “La suerte del campeón”, “Jugando a su manera”, “Simeone, en peligro” y otras tantas “puyitas” subliminales que agotan la paciencia del atlético. Pero tantos años después de preguntas que se contestan solas, más de uno (y de dos) se preguntaron aquello que nunca se quisieron preguntar desde que vivimos en esta utopía cholista: ¿Se ha traicionado el Atleti a sí mismo? Hoy no vamos a hablar sobre el sentimiento del aficionado, innegociable y que hace absurda la pregunta, ni de los que mueven los hilos y cuestionan la funcionabilidad de la entidad como tal. Hoy plantearemos un problema de juego, de mentalidad y de total y absoluto estado de ánimo. Unocerismo, sí, pero, ¿hasta cuándo?
Si algo ha caracterizado al Atlético de Madrid de Diego Pablo Simeone es su fiabilidad defensiva, contundente como pocas y controlador de los tiempos como ninguna. 2014 y 2016, los mejores años a nivel defensivo global del equipo, llevaron a los del Cholo a disputar dos finales de la Liga de Campeones, competición en la que, a mes de enero, ya no puede optar siquiera. Diego Costa y Vitolo Machín han supuesto un salto de calidad notable para el desarrollo del juego del equipo, si bien ante el Girona no fue tanto, pero, ¿qué pasa ahí atrás?
Aunque salten las alarmas, el Atleti sigue siendo el equipo menos goleado del viejo continente, y está desarrollando un juego ofensivo que, si bien produce como siempre, tranquiliza como nunca. Los movimientos de Griezmann en la mediapunta, el juego de espaldas de Costa y las combinaciones a las que se suman Vitolo y Correa dieron, en días como el del Getafe, una sensación maravillosa y apaciguadora como pocas, con el equipo más liberado de sus tareas y generando juego con mucho sentido. Si el nivel de este partido se tradujese en una constante, el problema de la erradicación del unocerismo estaría solucionado, aunque no eliminaría ese gesto desesperanzador de los más románticos, que han visto en más de cincuenta ocasiones a este Atleti llevarse los tres puntos o el pase a la siguiente ronda por el resultado fetiche del cholismo más exacerbado.

Ahora bien, por muy pocos goles que se hayan encajado, las sensaciones a nivel defensivo son espeluznantes en muchas ocasiones. Al Eibar se le ganó con el ya denominado por los referentes en redes como “unocerismo del malo”, y ni siquiera vimos esta variante ante el Girona por una defensa terrible de una jugada con la que el propio Atlético de Madrid ha fortificado sus opciones a ganar infinidad de partidos. Un mal despeje en un saque de esquina que se marca peor no, lo siguiente, y que deja al delantero rival disparar a menos de un metro de Oblak. Quiero pensar que esto es puntual, estratégicamente mal preparado o simplemente anímico, pero da la impresión, en muchas de las jugadas, de que realmente no lo puedan hacer mejor… De que no lo puedan hacer… como antes. Gabi y Godín, los dos baluartes en la táctica defensiva, ya no son los de siempre. Los años pasan por todos, por ellos también. Savic no tiene el juego aéreo ni Giménez el temple que tenía Miranda, y Vrsaljko, sin dejar de ser un lateral en aumento y con proyección de ser un crack, no parece que vaya a dar las prestaciones defensivas en el uno para uno que daba Juanfran entre 2012 y 2016. Thomas y Saúl pueden ser redirigidos hacia un perfil más defensivo, más puntual en la recuperación del balón, pero lo que ya no se puede cambiar es su tendencia a ser jugadores unidireccionales en la marca. Por su forma de ser y sus condiciones, no son futbolistas destinados a perseguir a su marcador cuando erran el marcaje inicial, sobretodo Thomas, que muchas veces acaba en tierra de nadie esperando que se resuelva el problema para salir batiendo líneas.
En resumen, para bien o para mal, el Atleti está cambiando. Ya hemos vivido muchas permutas en el estilo de los jugadores a los que ha dirigido el técnico argentino, desde un centro del campo con toque y sin recursos para defender hacia una medular compacta con una sola pieza capaz de liberarse de sus tareas o una pareja de baile de dos “killers” a un 9 de área con movimientos muy ortodoxos y un jugón haciendo de ariete, pero desde luego que un giro de 90º en el sistema defensivo y los jugadores a ejecutar dicho sistema, alejan a muchos de nosotros, entre los que me incluyo, de la realidad. Jugar cada partido como si fuera el último implica una concentración que no se está demostrando en la medida que debiera, y claro, lo estamos pagando dejándonos más puntos de los que te hacen campeón. Dijo Giménez, quien sabe si desde el conformismo, quien sabe si desde la cautela, que nuestro objetivo es el que es y lo estamos cumpliendo. Palabra de mi comandante, te alabamos charrúa, pero, ¿justifica eso que se haya, en parte, traicionado el lema que nos hizo quienes somos ahora?