Al octavo penalti fue el vencido. Tras 210 minutos de eliminatoria sin goles, los gastaron todos en la tanda de penaltis. Con el corazón en el puño a modo de granada de mano los colchoneros observamos cómo Juanfran, con la misma tranquilidad que quien va a comprar el pan, lanzaba el penalti definitivo. Tras un instante de silencio, explotaban de alegría y el éxtasis se apoderaba de las 51.000 almas del Vicente Calderón y de los millones de colchoneros que, a través de su televisor. no habían dejado de animar a su equipo.

Volvamos 120 minutos atrás.
«Nunca dejes de creer» fue el tifo inicial, a modo de profecía de lo que íbamos a ver. Un Calderón abarrotado no dejó de cantar hasta final. El partido comenzó con un Atleti volcado en campo rival, jugando 4-1-4-1, buscando la velocidad en los metros finales de Carrasco y Griezmann, y su movilidad para hacer daño a una defensa de 5. El PSV decidió que iba a jugar al contraataque al más puro estilo italiano, y llevó su plan a la perfección. Cocu no podría estar más contento, sus jugadores no estaban cometiendo fallos y el Atleti no conseguía deshacer esa maraña defensiva. Sin embargo en el minuto 15 una jugada pudo arrebatarnos el final épico y la visita de mañana al cardiólogo: Koke filtró un pase dentro del área y Griezmann, solo, recibió el balón algo forzado y remató centrado, fácil para Zoet.
El partido llegó al descanso y con la reanudación nada cambió. Fue entonces cuando el Cholo decidió agitar el partido y se vivieron los momento más intensos del partido. Se marchó Augusto, que estaba cuajando un gran encuentro, y entró Torres. El Atleti perdió control en el centro del campo y el PSV encontró una vía para desahogar su juego hacia la portería rojiblanca. En ese área vive un gigante con aire de despistado, que no entra mucho en juego pero que, cuando lo hace, deslumbra alcanzando a balones imposibles. Disparó Locadia y Oblak desvió lo suficiente con su antebrazo. El balón golpeó en el palo y, tras unos rechaces, la afición respiró, y lo hizo a gusto. El Cholo se percató en seguida del problema y dio paso a Kranevitter. Corrigió el rumbo y volvió la estabilidad al partido.

A partir de ese momento la figura de Torres cogió relevancia. Chutó a la cruceta, y casi mete un gol de bandera con una vaselina que sorprendía a Zoet. En cada choque, y en cada contacto con un jugador del PSV reclamaba al árbitro, buscando con su jerarquía presionar y cambiar el sino del partido, por desgracia, no fue así. Se acercaba la prórroga y los atléticos nos temimos lo peor. Godín dejaba el campo por una lesión y le suplía Lucas. El Atleti se quedaba sin uno de sus líderes. Parecía un mal presagio para la prórroga. Sin embargo llegó la prorroga, y el Atleti siguió chocando contra el muro holandés. Nada cambió, 0-0, era la hora de los 11 metros.
El Calderón invocó a Luis Aragonés. Y éste apareció. Para meter al Atleti entre los 8 mejores de Europa por tercera vez consecutiva. Para que el 8 penalti lanzado por el PSV se fuera al palo. Para que el Atleti metiera el 8 penalti. Un dato para la historia de la tanda: de los 5 primeros lanzadores había 4 canteranos. El jugador sobrevalorado, el paquete, tiró el quinto con la mayor de las responsabilidades y, de nuevo, no falló.
Imagínense un grupo lleno de estrellas, en el que .se necesita gente que haga el trabajo oscuro, menos reconocido, que por su lugar sabe que nunca acaparará todos los focos. Que lo da todo, se vacía por los demás, que no pone una cara mala. Juanfran Torres estaba destinado a marcar ese penalti. No lo tuvo fácil cuando llegó al club. No se ha valorado lo suficiente que recibiendo ofertas muy importantes no se haya querido ir. Se merecía ese momento. Porque nunca dejó de creer. La felicidad de Juanfran era la de todos los rojiblancos.
Decía que el tifo «Nunca dejes de creer» era una profecía de lo que viviríamos. Estaba equivocado. Es una promesa. Que lo sepa Europa.