La temporada pasada no fue la mejor en la carrera deportiva de Koke. Tras acabar la anterior a la correspondiente de la 16/17 haciendo un gran fútbol y viéndose potenciado en la segunda vuelta por el mejor Fernando Torres que hemos visto en su segunda etapa en el Atleti, el vallecano protagonizó una campaña gris desde diciembre del año pasado que parecía iba a perdurar, todavía, algún tiempo más. Benditas equivocaciones. Sí, vale que el rival estaba y está en horas bajas, que el equipo en general y sobre todo Thomas y Carrasco hicieron también un partidazo, pero lo de Jorge Resurrección Merodio el día 26 de agosto de 2017 es ya una actuación para la hemeroteca reciente en la historia del Atlético de Madrid. Y no por firmar su partido número 325 con aún 25 años y toda una vida por delante de rojiblanco. Tampoco por anotar su primer doblete como profesional. No. Es algo que va más allá.
“Cuando Koke está bien, el Atleti está bien” y otras verdades universales. Porque cuando a un tío que promedia más de diez kilómetros recorridos por 90 minutos, le sale todo, es difícil que los del Cholo no se impongan, al menos, en su idea. Seamos objetivos. Aunque la temporada pasada fue un tanto discreta para él, seguía, sigue y seguirá siendo un fijo para Simeone hasta que le aguanten las piernas. Desprenderse del jugador con más capacidad e inteligencia táctica que ha pisado el Manzanares en décadas no es cosa fácil, y menos cuando la táctica se junta con la técnica.
Ahora bien, hablemos del presente, o más bien del pasado inmediato. Al canterano le viene de lujo la medular que planteó el míster. Situando a dos jugadores con la explosividad de Saúl y Thomas en el doble pivote, evadir la presión grancanaria partiendo desde la derecha era coser y cantar. Tanto Saúl, como Thomas y como Carrasco pueden jugar de interiores, por lo que Koke podía hacer lo de siempre, meterse por dentro, pero con mucha más libertad. Este centro del campo sin Gabi ni Augusto tiene la virtud de conseguir instintivamente una mayor amplitud. Poder abrir el campo en muchos más contextos. Servidor, en concreto, estaba a 40 metros de la línea de medios cuando el Atleti atacaba en la segunda parte, y he de decir que incluso antes del 3-1, que supuso una ruptura total de un encuentro distinto en el que Las Palmas salió con todo arriba, ya se veía al equipo muy abierto. No precisaban de Lucas ni de Vrsaljko; ni el primero es muy profundo ni el croata tuvo su día, y aun así el campo se abría y se abría hasta que Carrasco, por izquierda o por derecha, llegase a línea de fondo para estudiar qué hacer con su par. Yannick jugaba en una banda o en la otra, Saúl en un pivote o en una banda, y Thomas lo mismo pero en las zonas opuestas. Sin embargo, detectar las posiciones en las que movía Koke era una odisea. En la primera mitad quizá estaba más claro que no perdía tanto su lugar en el campo, aunque ya empezaba a entrar por dentro. Pero los segundos 45 minutos volvieron a demostrar, casi un año después del partido en Balaídos, que Koke está hecho de otra pasta. Asumía todas las responsabilidades una vez el ghanés le surtía la pelota. A falta de Griezmann, jefe y director del ataque y el balón, su mejor amigo dentro del campo se cargó todos los galones habidos y por haber a la espalda. Como diciendo: “Aquí estoy yo”. No quiero pasar por alto los goles. El primero es un “marca de la casa”. Aprovecha un fallo del rival, se planta en el pico del área y desenfunda la diestra para fusilar el palo largo. El segundo, una genialidad. La guinda a una exhibición individual y colectiva. Cuando vio al belga levantar la pelota ya sabía lo que iba a hacer. Chilena directa a la puerta, pero lo que es más importante, Koke directo una vez más al corazón de los atléticos.
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