El Atlético disfrutaba de su nueva casa, del ya Vicente Calderón, tras cambiar su denominación tres años antes. El conjunto colchonero era un equipo más que laureado en España y comenzó su andadura por Europa, más aún cuando la UEFA le dio la máxima distinción al estadio de la ribera del Manzanares, donde sus aficionados podían estar sentados, no como en el resto de estadios de Europa. El conjunto colchonero quería demostrar en Europa lo que estaba comenzando a plasmar por el territorio nacional.
Juan Carlos Lorenzo Pereira, más conocido como Lorenzo, era el técnico de un club que quería seguir agrandando su leyenda bajo la atenta mirada del Vicente Calderón. El técnico argentino estaba al mando de un equipo plagado de leyenda colchonera, comandado una nave donde sobresalían nombres como el de Luis Aragonés, Irureta, Adelardo, Gárate, Ayala y un sin fin de nombres que están más que presentes en la historia del club rojiblanco. El Atleti en liga había peleado por la competición doméstica hasta el último suspiro, para acabar finalmente segundo por detrás del FC Barcelona, que alzaba un nuevo campeonato nacional de liga. Pero el Atleti no pensaba en la liga, el Atleti se centraba en Europa.
En la Copa de Europa (que bonito nombre, no como el actual), el conjunto de Lorenzo consiguió plantarse en cuartos de final tras superar al Galatasaray, al que ganó en tierras turcas por la mínima tras empatar a cero en el Calderón, y al Dinamo de Bucarest, después de vencer en tierras rumanas por cero goles a dos y empatar a dos en la ribera del Manzanares. Los rojiblancos llegaban a la recta final de la competición con ganas de hacer historia y alzar la primera Copa de Europa. Posteriormente se venció al Estrella Roja por un global de dos a cero para plantarse en las semifinales, en la batalla de Glasgow. Los Ayala, Panadero Díaz y compañía buscaban la final de Bruselas y el Celtic sería el rival. Una encerrona la que sufrió el Atleti acabó con un conjunto colchonero con nueve tras las expulsiones de Quique, Ayala y Panadero Díaz. Los rojiblancos aguantaron el asedio de los locales y dejaron su portería a cero, dejando todo para la vuelta. Ya en el Calderón se vivió una de esas noches mágicas. Primero Gárate en el 77′ y Adelardo en el 86′, daban el billete a Bruselas para una generación de futbolistas que se dejaron todo lo que había que dejarse en el campo. Ya en Bruselas, el Bayern de Múnich de Beckenbauer esperaba en un improbable, pero no imposible para el Atleti. Después de un largo partido, el querido Luis Aragonés anotó la falta que ya todos conocemos. Corría el 113′ en la prórroga y el Atleti se acercaba a la ansiada Copa de Europa. Pero el destino, tan capricochoso siempre con las rayas cañallas, hizo que Schwarzenbeck, un jugador que apenas chutaba a puerta como relatan historiadores futbolísticos de la época, anotara el tanto del empate sobre la bocina con un disparo desde casi el centro del campo. El final ya lo conocen todos. En el partido de desempate (en aquella época no había tanda de penaltis), el conjunto bávaro venció por un claro cuatro a cero ante un equipo exhausto. El Atleti se quedaba sin la Copa de Europa.
Pese a caer en la Copa de Europa, el destino tenía preparada una sorpresa para un equipo que merecía un final así. El Bayern de Múnich, por incompatibilidad de fechas según anunció, renunciaba a jugar la Copa Intercontinental. El elegido era el Atleti como subcampeón. Independiente de Avellaneda sería el rival tras proclamarse campeón de Sudamérica. El partido de ida se disputó en tierras sudamericanas, de donde era una gran parte de la plantilla colchonera, y donde se perdió por la mínima con un tanto de Balbuena. Un partido aburrido con un Atleti defensivo y un Independiente que materializó la única ocasión de la que dispuso. Todo quedaba por decidirse y el Calderón, el Templo, sería testigo de ello. Era 12 de abril del 75 y el Calderón se vestía de gala, en una de esas noches que pocas veces se ven en España, si no es el Calderón. El Atleti planteó un mejor juego que el visto en Argetina y esa brillantez hizo que Irureta anotase el empate en el global de la eliminatoria con un extraordinario remate de cabeza. El graderío, hasta la bandera, explotaba de júbilo y soñaba con acabar campeón, y así fue. A cinco minutos para el final, Ayala, con su melena al viento y su siempre recordado bigote, recogió un balón tras varios rebotes en la frontal del área y tras controlar con el pecho, se internó en el área y cayéndose hacia atrás remató con la punte de su bota. El Atleti se adelantaba y se coronaba como campeón intercontinental.
Un Atlético que había caído, cruelmente, en la Copa de Europa se resarcía en un encuentro que quedará para los anales de la historia. El Vicente Calderón acababa de acoger una noche mágica, y más aún con un Atleti campeón. Los aficionados colchoneros rugían ante un equipo que les había llevado a la gloria.

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