En los últimos años recordar derbis nos lleva al quebrantamiento de la maldición de los catorce años sin ganar un dichoso partido y menos aún un trofeo ante ellos, ante nuestro eterno rival. Ese año le recuerdo como si fuera ayer, pero sobretodo ese día. Todos los atléticos soñábamos con que Gabriel Fernández levantara la ansiada Copa en el Santiago Bernabéu, lo que significaría que habríamos ganado, por fin, al Real Madrid. Camiseta del Atleti, un par de “padre nuestros” rojiblancos y a la calle a que todos te miraran con pena pensando, “pobrecito la que le espera esta noche”. Mientras tanto, yo sonreía, quería recordar ese diecisiete de mayo. El día se me hizo eterno, pero por fin llegó la hora, empezaba el partido.

Los dos equipos empezarían con sus onces de gala para ganar la Copa. Me acuerdo de la alineación del Atleti como si el partido se hubiera disputado ayer. Courtois, Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis, Arda Turan, Gabi, Mario Suarez, Koke, Falcao y Diego Costa. Estos eran los once guerreros dispuestos a enfrentarse al eterno rival. Esos eran los once que, tras ese partido, serán recordados eternamente. Comenzó el derbi con un claro dominador, el conjunto merengue. Tan solo tardó trece minutos en adelantarse en el marcador con un cabezazo del portugués Cristiano desde un saque de esquina. Por el comienzo podría parecerse a la mayoría de duelos de la capital anteriormente disputados, pero algo en mi corazón, tal vez esas rayas rojas y blancas me decían “cree en tus guerreros y en el Cholo”. Pasaban los minutos y el Atleti iba mejorando, combinaba mejor y llegaba a la aérea rival con facilidad, su juego en ataque había ido a más. Fue en el minuto 34 cuando estalló la alegría, cuando por un solo momento se llenaron los ojos de lágrimas. Radamel Falcao le hizo un traje a Raúl Albiol en el centro del campo, para, tras esta maravilla, dar un pase esplendido entre líneas a Diego Costa. Este, sólo ante el portero, sin temblarle el pulso,puso el 1-1 en el marcador. Habíamos empatado y el partido estaba igualado.
En la segunda parte pasó lo mismo que en la primera. Hubo dominio blanco a pesar de que el Atlético de Madrid creara ocasiones de peligro. En este período de 45 minutos el corazón se me paró en varias ocasiones, en aquellas en las que el Madrid daba al poste, parecía que la suerte -por un día- estaba de nuestro lado. Finalizó la segunda parte con tablas y poníamos así rumbo a la prórroga. Yo, fui a la cocina, tomé un vaso de agua como pude y me dirigí al salón a ver los 30 minutos finales. El partido no cambió mucho, idas y venidas de ambos conjuntos hasta que el minuto 98, Koke saca un córner que despeja Xabi Alonso a los pies del rojiblanco que, sin dudarlo, la colgó al primer palo buscando la cabeza de Miranda y… ¡GOL! No me lo podía creer, nos pusimos por delante en el marcador, estaba emocionado, pero quedaba mucho hasta el 120′. Tenía que intentar no pensar en que ya habíamos ganado. El Atlético de Madrid, como no podía ser de otra manera siendo equipo de Simeone, se supo defender muy bien hasta la conclusión del mismo.
Y ahora sí, ahora fue cuando desaté la euforia. Las lágrimas inundaban mis ojos y nunca me había dado un abrazo tan sincero y con tanto sentimiento con mi hermano y mi abuelo. Era la primera vez que vi un triunfo rojiblanco al eterno rival, en su propio estadio y encima arrebatándoles un título, simplemente sensacional. Recuerdo el partido como si fuera ayer, no solo por la primera victoria, si no, porque esas lágrimas, esos pelos de punta, ese abrazo y ese sufrimiento durante el partido me hicieron ver una filosofía en la vida. Entre lágrima y lágrima Gabi levantaba ese título que nos había costado sangre y sudor.