
FOTO: AtléticodeMadrid
Hay una ley inexorable en el fútbol, que se repite constante, y que algunos olvidan con frecuencia: quien perdona la paga. Y ese puede ser el resumen de una eliminatoria que ha puesto su fin este martes con un resultado incuestionable. El Sevilla es justo semifinalista de esta Copa del Rey. Si en la victoria los rojiblancos ensalzamos el valor del grupo, nadie por encima del equipo, en esta derrota dolorosa no podemos ser injustos y señalar un fallo determinado. El grupo ha fallado en su conjunto y queda apeado de una competición en la que había muchas esperanzas.

El encuentro comenzó con muchas ilusiones. Nunca dejes de creer, #theremontada, y demás lemas para soñar con darle la vuelta a la eliminatoria. Palabras que se llevó el viento en el segundo 32 de partido. Tras sacar de centro de campo en largo, el conjunto colchonero permitió que el Sevilla avanzase tranquilamente por medio de Navas y Sarabia, para que éste último terminara poniendo el balón al corazón del área donde Escudero a placer, libre de marca, vacunó para poner cuesta arriba la eliminatoria a los madrileños. Los siguientes minutos fueron una tortura para los nuestros. Fue entonces cuando a 6 de 10 también conocido como Griezmann quiso aparecer en un momento importante esta temporada para marcar un auténtico golazo. Desde 22 metros chutó con su pierna mala para dibujar una parábola ante la que nada pudo hacer Rico, que recogió el balón de la red tras una estirada inútil.
El gol lejos de servir de impulso para ver un dominio puro de los nuestros puso el partido patas arriba. Ida y vuelta en numerosas ocasiones. Alternancia en el dominio del balón. Pero apareció Angelito. Recibió dentro del área un pase filtrado de Koke. Tenía dos opciones, recortar a Lenglet y chutar a portería, o bien pasar al segundo palo raso donde esperaba Gameiro con la caña. Ejecutó la tercera opción enviar un melón sin dirigir a la banda. Correa capaz de lo mejor y de lo peor, desespera a los suyos más veces de las que proporciona alegrías. Es capaz de meter goles dificilísimos, realizar regates imposibles con éxito, filtrar balones espectaculares, pero cuando se trata de llevar a cabo una acción sencilla dentro del área rival la luz se le apaga. Llegó el partido empate a uno al descanso y nada más ocurrió.
La segunda parte fueron los peores 45 minutos que el Atleti ha jugado desde los encuentros frente al Qarabag. Parte por culpa suya, parte por culpa de un colegiado que saca de quicio al cuadro madrileño cada vez que les dirige. Martínez Munuera nada más empezar la segunda parte decidió echar por tierra el trabajo realizado por los nuestros inventándose un penalti en un choque fortuito de Saúl con Correa. El golpe fue feo, pero no dejó de ser un mal golpe en algo que suele suceder en los deportes de contacto. Banega lanzó el penalti fuerte raso y a la izquierda del portero. Moyá nada pudo hacer para detenerlo aún habiendo adivinado el lado. 2-1 y la eliminatoria se había acabado.
En los siguientes instantes Simeone decidió meter en el campo a Torres, Carrasco, y Thomas para revertir la situación. Pero el equipo ya había entrado en barrena y atacaba con más corazón que cabeza. Correa de nuevo dispuso de la mejor ocasión de todo el partido. Solo frente a Rico chutó al muñeco, nervioso cual adolescente que llega ebrio a casa por primera vez y no logra meter la llave en la cerradura de la puerta. Esa imagen es el vivo resumen de lo que le ha pasado al Atleti en el cómputo global. Ha fallado donde no se puede fallar, en la áreas, y así es difícil superar incluso la sibilina labor arbitral. Se falló en la ida en la portería propia, en la vuelta se ha fallado en la portería rival. Quien perdona, la paga.