Ha vuelto. A algunos les molestará, pero ha vuelto. Luchando contra viento y marea, ante una plantilla exigente y tras superar una serie de fatídicas lesiones, aquí lo tenemos. Augusto Fernández ha regresado a la disciplina de Diego Pablo Simeone para poner al servicio de la rojiblanca hasta la última gota de sangre y sudor.

Más de un año después de la victoria sobre los bávaros, el emperador, diezmado por varias heridas de guerra, se reúne de nuevo con su mentor para cumplir un nuevo rol en el ejército «cholista«. ¿Algo más secundario? Seguramente. Pero no por ello menos importante. Todo el mundo necesita un escudero llegado cierto punto, mas muy pocos lo obtienen. Gabriel Fernández Arenas es el líder de la manada, la voz cantante, la arenga en sí misma y el escudo del Atlético de Madrid en persona. Y desgraciadamente, ya tiene una edad. Es mucho más de un lustro lo que lleva nuestro capitán defendiendo en su segunda etapa como rojiblanco los colores del Atleti. Todos vemos la parte bonita, la de un emblema que representa a media capital (si no un poco más) y que se parte la espalda fin de semana sí, fin de semana también, con días extra algunos martes o miércoles. Le ha entregado a Neptuno y al Vicente Calderón prácticamente todo lo que se puede conseguir. Es todo un gigante. Pero los gigantes también descansan, y en este momento de transición que sufre la entidad colchonera, sus viejos iconos están comenzando a dejar paso, compitiendo día a día ante una camada de futbolistas prometedora. A Gabi no le puedes quitar la pelota de sopetón, pero sí dosificarle. Y no, no de la forma en la que uno tiende a entender el término “dosificar”. El “capi” ya está contando con menos minutos causa de la irrupción de Thomas y la consolidación absoluta de Saúl. Necesita a alguien que le despoje de sus cadenas, que le otorgue libertad. Y hasta el mes de enero como poco, la forma de combatir el frío y las presiones enemigas, la solución única e incontestable salvando el 4-1-4-1 con Giménez delante de la defensa, esa, es Augusto Fernández.
Muchos fuimos los valientes que nos quedamos aquella madrugada de verano a ver ese Toluca – Atlético de Madrid con el único motivo para sobrevivir a la soledad y al sueño que ver de nuevo a Augusto sobre el verde. Visto y no visto. Como mínimo después de abandonar Mestalla, el emperador volvió a caer. Por fortuna esta lesión no era una alerta roja, y al mes de suceder ya se le concedió el alta médica. Pues bien, tras una prueba de fuego para él en Elche donde disputó los 90 minutos, aquel muchacho de Pergamino se enfrentó de nuevo a la realidad. Volvió a jugar un partido de la más exigente competición nacional. Y no lo hizo nada mal, si bien no se adaptó a las condiciones, sobre todo psicológicas, del Atleti. Mientras él, aislado de césped para dentro de la complicadísima situación futbolística que sufría su equipo, pedía llevar la redonda al verde, Godín, voz autoritaria dentro y fuera del campo, le exigía reventarla diciéndole: “Augu, mejor ponela en largo, que si no la perdemos”. Y claro, Augu, conmocionado, le respondía: “¿Y qué?”.
Desde luego que el objetivo del argentino no es hacerse al sistema, a las imposiciones físicas o a la exigencia “per sé” de esta gloriosa generación ganadora. Ahora tiene que centrarse en ser él quien haga de Gabi cuando salte al campo, y lo que es aún más importante, contagiar al equipo de ese: “¿Y qué?” para erradicar al virus que lo está matando. En resumidas cuentas, asumir algún riesgo, porque quien no arriesga, no gana. Y el Atleti necesita ganar, ganar, ganar y volver a ganar…
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