
Foto: Atlético De Madrid
El Atleti llegó este sábado al Metropolitano para montar una fiesta y celebrar con sus aficionados la Supercopa. Pero lo que vivieron las gradas se acercó bastante a una verbena de pueblo. Típicamente veraniega, con los grandes éxitos vistos una y otra vez, y decepción al final de la noche: sin acierto, sin control y con errores impropios. Por lo menos el resultado lavó algo la conciencia. Es lo normal en esta fase de la temporada, el grupo no lleva ni un mes juntos y todavía hay jugadores intentando alcanzar su forma ideal. Falta ritmo y esa chispa que permite a un futbolista estar avispado en determinadas jugadas o salir airoso de situaciones peligrosas. Y por contradictorio que parezca en medio de ese caos el único que puso sentido en el equipo colchonero fue Correa.

El argentino se erigió durante la primera parte y durante la segunda hasta su cambio, como el jugador que marcaba los cambios de ritmo, el que aportaba el desequilibrio y el que en cierta manera ordenaba el ataque. Si el partido se fue 0-0 al descanso fue porque no estuvo acompañado y porque el VAR parece que sirve de excusa para aparentar una limpieza que no existe. Una mano clarísima dentro del área rayista, revisada por los hombres de la repetición, fue juzgada o como involuntaria o como inexistente. Cualquiera de las dos delata la incompetencia de quienes están encargados de velar por el correcto funcionamiento de una herramienta que debería proporcionar mayor porcentaje de acierto. Todos profetizábamos a la luz de cómo había funcionado en el Mundial que ni siquiera en España se podría desvirtuar la competición. Sobrevarlorábamos a los árbitros españoles. Parafraseando al Maestro Kenobi: «El Var venía a instaurar la justicia y el equilibrio en el fútbol, no a cargárselo.»
La segunda parte fue un calco del manual cholista, aunque el último tramo poca gracia le habrá hecho al técnico rojiblanco. El Atleti entró fuerte, con ganas de hacer gol rápido, pero una y otra vez fallaba en el último pase o en el último control. Unas veces sobraba un regate y otras faltaba un desmarque. Pero después de todo un año en el que no se aprovechó el balón parado, el Atleti tras numerosos intentos, por fin, hizo gol en un córner. Savic peinó y Griezmann estuvo acertado metiendo la bota antes de que su marcador pudiese blocar el balón. Alberto nada pudo hacer para detener el disparo del francés. Uno a cero y Oblak de portero. Porque a partir del gol y a pesar de la entrada de Koke (primera vez que el muchacho rota por decisión técnica en mucho tiempo) el equipo hizo buena la costumbre de dar un paso atrás. El Rayo decidió que era el momento de lanzarse con todo arriba y casi consiguió el empate. Casi. Allí donde los defensas locales parecían agobiados por encontrar esa forma esférica que recibe el nombre de balón emergió un gigante esloveno para salvar los muebles una vez más. Embarba, Pozo y Trejo pusieron en siete minutos a prueba los reflejos del cancerbero que volvió a exhibirse como el mejor portero del mundo.
Tres puntos que se quedan en casa con el sabor agridulce de la imagen ofrecida en el último tramo de la segunda parte pero que ayudan a empezar a escalar en la tabla liguera y a no acordarse de estos partidos en mayo. La nota negativa la trajo las molestias de Juanfran que en la primera parte tuvo que ser sustituido por Thomas.