No podían falta los agoreros que a la primera derrota del Atleti esta temporada han pasado de ensalzar las virtudes de este equipo a advertir que ellos ya lo habían avisado y que el liderato se debía a una casualidad provocada por una alineación astral sin precedentes.
Ciertamente, el Atleti no compareció en Anoeta, salvo contados fogonazos tras el 2-0 que un espléndido Moyá se encargó de desbaratar. La Real se fue comiendo a los de Simeone con el paso de los minutos. No se podrá decir que la intención del Cholo no fuera otra que la de ir a por el partido si uno ve la alineación de inicio con Vitolo, Lemar, João Felix y Costa en ataque con un fin claro: jugar en campo rival. No se consiguió en ningún momento. La línea medular no existió. Saúl estaba perdido, Koke no conectaba, Lemar no desbordaba, Vitolo quería, pero no le daba y Llorente acrecentó las dudas que dejó hace dos semanas contra el Eibar y dio un curso intensivo de mal posicionamiento, mala salida en la presión y nula presencia con el balón. El primer gol donostiarra fue un ejemplo de todo ello: fue a la presión cuando no tuvo que ir, perdió la posición y solo le quedó correr para atrás como un poseso inútilmente. Las mismas carreras desesperadas hacia atrás se repitieron tres o cuatro veces más.
Después del 2-0 el equipo pareció despertar, empezó a combinar en tres cuartos de campo rival y llegó con peligro, pero apareció Moyá. Al final primera derrota y primera aparición de los cenizos de siempre: no solo los de fuera, también los de dentro. Los que creían que íbamos a ganar los 38 partidos del tirón hoy están decepcionados. Serán incapaces de ver que este equipo tiene chispa, ilusión y mucho margen de mejora aún. Hace dos semanas, Simeone dijo que no es fácil dar salida a 8 jugadores y que entren otros 8 nuevos. Falta ajustar cosas y crear los automatismos necesarios en una plantilla renovada casi en su totalidad. Ilusión intacta y confianza ciega. Lo demás sobra.
