
Vivimos en un mundo donde los pequeños detalles se desechan, y sólo los gestos grandilocuentes son aplaudidos. Donde ser pequeño es sinónimo de inferior, y el éxito está ligado al acierto. El partido de anoche en el Calderón es una muestra de todo ello y de lo contrario. Un tren de emociones que provocará la visita al cardiólogo esta semana de sus aficionados,y que supone la conquista de los octavos de final.
El victimismo del Rostov en la previa se esfumó en cuanto sonó el pitido inicial. Se abalalzó sobre el Atleti y no le dejó imponer su ritmo. Tras intentar la sorpresa inicial sin éxito se replegó en su defensa de cinco para cumplir con el plan de su entrenador, «encerrarnos atrás y aguantar» dixit. Cuando el Atleti marcó, sacaron su orgullo y mostraron porque es equipo Champions. Devolvió la bofetada con un puñetazo en el estómago. El tanto de Sardar supone el 4 gol que el Atleti encaja en Champions en el Calderón desde que está Simeone. A partir de ahí vuelta al plan inicial, que no era ni más ni menos que hacer la del murciélago, defender por acumulación y si es necesario colgarse del larguero. Ser inferiores no les impidió sacar orgullo, asumir que lo eran les condenó al fracaso.

El Atleti acometió con buen juego en algunos tramos y con desesperación en los demás la portería rusa. Sin embargo en las noches más oscuras es cuando las estrellas más relucen. Apareció Griezmann como principio y fin de un Atleti al que se le apagaba la luz al llegar al área. Abrió la lata e hizo olvidar al final el enorme desajuste defensivo del gol. Dos golazos, ambos legales ya que estaba habilitado por malos despejes de los defensas rusos. En el segundo y definitivo el árbitro y el línea la liaron, una toma de decisión que pareció más un capítulo del Show de Benny Hill que un partido de Champions: primero lo anulo, después lo doy, lo vuelvo a anular, lo vuelvo a dar, parece que no, pues ahora es que sí. El ridículo en la toma de la decisión se podría haber ahorrado si la tecnología estuviera ya implantada en el fútbol. En lugar de ser un acto de fe, habría sido un acierto desde el principio.
Aunque fuera en el 93, el Atleti vuelve a estar por cuarto año consecutivo en octavos de Champions. Una heroicidad que para algunos es costumbre. Son pequeños hitos que re-escriben una historia, la nuestra, que nunca fue tan gloriosa. En lugar de colocarse una medalla por lo logrado, Simeone confesó irse a casa jodido por una mala toma de decisiones en el encuentro, que sólo los jugadores supieron arreglar. Humildad y autocrítica en el éxito engrandecen a un tipo que ha cambiado el papel del Atlético de Madrid en el mundo del fútbol. Disfruten ahora que ya tocará sufrir (bendito sufrimiento) para asegurar la primera plaza.