
Contracrónica
No pudo ser. A pesar del gran resultado de la ida y del inmenso partido que se realizó entonces, un pésimo partido de todos y cada uno de los que pisaron el césped con ese engendro de equipación que debería quedar desterrada ya para siempre, sumado a un acoso y derribo constante de la Juventus nos deja con la tremenda amargura de la eliminación y con el único consuelo de seguir luchando en lo que queda de temporada contra un Barça que cada vez está más cerca de la meta.
No seré yo quien ponga paños calientes a la derrota. El equipo fue un grotesco reflejo de lo que se está viendo este año lejos del Metropolitano. No tuvo alma ni personalidad ni carácter ni ideas ni nada de lo que nos ha tenido acostumbrados durante los últimos 7 años. Desde el primero hasta el último, nadie supo a lo que se jugaba o a lo que presuntamente había que jugar. Absolutamente todos se vieron superados por su contrario. El equipo partido, la capacidad de sacar el balón nula. Todo era una vía de agua. Los interiores, los mediocentros, los laterales y los centrales eran un auténtico coladero ante cada acometida juventina. Mientras Griezmann y Morata intentaban ayudar como podía en una isla rodeada de camisetas bianconeras incapaces de transformar en balón las lavadoras que les caían del cielo. Todo lo que pudo salir mal salió peor. Ni los cambios de Correa y Vitolo ni los constantes intentos de ajuste en el sistema paliaban el escarnio, culminado por un penalti absurdamente infantil de aquél a escasamente 5 minutos para llegar al 90. Cuando este equipo no es intenso ni tiene fe se convierte en un equipo vulgar, más aún cuando enfrente tienes a un rival de ese calibre, que olió rápidamente la sangre y ya no soltó a su presa.
Dicho esto, y subrayando cada una de las palabras, tenemos dos opciones: rumiar el desastre y hacer autocrítica o convertirnos a la secta de Jim Jones e inmolarnos todos juntos al estilo del suicidio colectivo de Jonestown. Muchos ya han optado por lo segundo, incapaces de afrontar la frustración de estar acostumbrados al caviar y no poderlo catar más esta temporada. Sí, estoy hablando de esos que dicen no ser como los vecinos de enfrente, pero que se miran en el espejo de sus títulos para arremeter sin respeto contra aquel y aquellos gracias a los cuales han podido probar ese caviar que nunca en su vida pensaban que iban a poder probar. Esos que en mayo y en agosto estaban celebrando la Europa League y la Supercopa y hoy los llaman trofeos de verano. Esos que obvian que el Atlético de Madrid es a día de hoy el cuarto equipo en el ranking UEFA y que, salvo ayer, siempre compite con mayor o menor éxito y que seguirá haciéndolo en lo que queda de temporada y a largo plazo. Esos que denostan la memoria porque, según ellos, no da títulos al consumidor de usar y tirar en el que se han convertido. Sí, ese consumidor de Ligas y Copas de Europa al cual se quieren equiparar sin dejar de enarbolar la pancarta que reza Orgullosos de no ser como vosotros. Siento desilusionaros. Sí sois como ellos. Y por mí podéis iros con ellos. Seguramente vuestra escasa tolerancia a la frustración os lo agradecerá y podréis dar rienda suelta a vuestros instintos de niño malcriado mientras consumís lo que decís no consumir. Eso sí, cerrar la puerta al salir, empaparos bien de chiringuitos y dejadnos a los en paz a los que somos más felices en nuestra mediocridad, acordándonos de aquellas palabras de Fernando Torres (ese perdedor que solamente ha ganado una Europa League en el Atleti) el día de su despedida: «cuando lleguen los malos momentos acordaos de este día». Ya veis. Una vez más, la memoria.