
FOTO: AtléticodeMadrid
Parecía que el partido era la continuación de la vuelta de Copa. El Atleti empujado contra su área por un Sevilla que puso un ritmo frenético desde el pitido inicial. El balón quemaba en los pies y cuando caía en uno de los nuestros a los tres segundos volvía al contrario, que percutía una vez más. Parecía, pero no lo era. Y no lo fue, en primer lugar, porque esta vez estaba Oblak, que sacó un mano a mano en el minuto 3 en pleno vendaval sevillista y mantuvo el 0-0, a la espera de un momento mejor que no tardaría en llegar. Y en segundo lugar, porque también estaba Diego Costa, que borró de un plumazo el dominio local cuando en el minuto 15, tras una pugna en carrera con Mercado, acabó desquiciando a éste, a Lenglet y al barrio de Nervión entero. Un minuto después, aún con medio Sevilla despotricando contra su bestia más negra, la pantera, ajena al caos provocado, esperaba agazapada a su presa, como en uno de esos documentales que tantas veces hemos visto después de comer entre cabezada y cabezada. Y la presa fue Banega, que hizo lo que nunca se debe hacer cuando sabes que un depredador anda cerca: darle la espalda. El felino se abalanzó sobre él y zas, 0-1 y el Sevilla herido de muerte. Definitivamente, no era el mismo partido. A partir de ahí, el Atleti puso el partido donde quiso y se jugó a lo que él quiso. Thomas, Gabi, Koke y Saúl se adueñaron del medio, Griezmann destrozó entre líneas y Costa provocaba el pánico cada vez que arrancaba. Así, justo antes del descanso, y después de que Filipe y Koke pelearan un balón dividido como si un meteorito fuera a caer sobre la Tierra en cualquier momento provocando el fin de los días, Griezmann cazó el rechace en la frontal del área y a la velocidad de la luz fue capaz de desembarazarse de un mar de piernas rivales y de armar un tiro sutil a bote pronto con la derecha que se coló de manera plástica junto al palo derecho de Rico.

La segunda parte, fue un festival. Lejos de guardar la renta, el Atleti olió la sangre y se decidió a ir a destrozar a su rival. Presión alta y colmillo retorcido en la salida de balón, hasta que llegó la prueba evidente de que lo milagros existen. Una de esas recuperaciones en campo rival acabó con un mano a mano de Costa ante Rico, que terminó con un derribo aparatoso y con Martínez Munuera señalando el punto de penalti. Griezmann no lo desaprovecharía. Como tampoco desaprovechó el enésimo fallo de concentración del Sevilla para asistir a un gran Koke de tacón en el 0-4. Aún tendría tiempo para completar su hat trick. También hubo tiempo para meter aún más el dedo en la llaga de la histeria sevillista con la entrada de Vitolo y Gameiro, que también pudieron marcar. Los últimos minutos sirvieron para que los del Cholo se recrearan en la suerte y bajaran el pistón pensando en lo que está por venir. Al final, victoria de las que meten miedo a la vez que refuerzan, con la sensación de que el equipo está llegando a su momento de plenitud y de que está empeñado en convertirse, al menos, en una mosca cojonera mientras haya un hilo de esperanza. Ya saben. Nunca dejen de creer.