 
        Nada más encajar el 0-2, estoy seguro que nadie de los que estábamos presentes en el Metropolitano pensaba que al Atleti se le iba a escapar el partido. Nadie pensaba ni siquiera en el empate. Es cierto que en apenas 20 minutos dos desajustes defensivos habían provocado algo muy difícil de imaginar antes de comenzar el choque. Es cierto que Mario Hermoso no acertó a tapar la espalda de Lodi ni a cubrir su zona en el gol de Charles, obligando a Giménez a salir de su parcela. Como también es cierto que un mal despeje del propio Mario provocó que un balón suelto en la frontal fuera cazado por Arbilla y desviado por Marcos Llorente hacia su propia portería. A pesar de todo ello, de que al Atleti le costaba entrar en el partido, de que la circulación de balón era muy lenta, de que solamente se dispuso de una ocasión en esos primeros 20 minutos, todos sabíamos que ese partido se iba a terminar ganando.
Y es que este equipo transmite la personalidad, el hambre y la química de los equipos invencibles. Porque las miradas, los gestos y el lenguaje corporal que trasciende de los que pisan el césped y los que entran desde el banquillo son los de un grupo que se cree invencible, y eso se percibe desde la grada, una grada que desde el principio hizo explotar el Metropolitano como no lo había hecho hasta ahora en un partido de Liga que no fuera contra Madrid o Barça. Un estadio que rugió al unísono para hacer despertar a Giménez de su letargo y hacerle reaccionar justo antes de que un rival le robara la cartera por darle la espalda a una cesión de Oblak. Así arrancó el gol del empate de un sobresaliente Vitolo antes de que el balón pasara por Lemar y por Lodi.
Lo que pudo convertirse en el 1-3, provocó que el Eibar en bloque se adelantar más de la cuenta, viendo claro que a Giménez no le iba a dar tiempo a reaccionar. 68.000 personas chillando despavoridas lo impidieron, terminaron provocando el empate y que el equipo siguiera insistiendo sin descanso hasta que Thomas cazara un balón suelto en la frontal y se adelantara al central y a Dimitrovic para hacer el 3-2 y provocar la locura general más maravillosa que puede existir. Sí, un Thomas que había salido por João Félix en un cambio que yo personalmente no entendí.
Afortunadamente, el señor de negro que hace los cambios y plantea los partidos volvió a tener la razón y una vez más fue determinante para que los suyos se llevaran los 3 puntos de un partido que se había complicado enormemente, y para que los 68.000 que avisamos a Giménez antes del empate nos fuéramos a casa sintiéndonos líderes y felices de tener un equipo con aura y hechuras de algo grande.

 
         
        