
Foto: Pablo Barrilado
Ser especial lo confundimos con hacer cosas fuera de lo normal. Hacer cosas fuera del alcance de todos, y pensar «ojalá pudiera ser como él/ella». Idolatramos a personajes por características fuera de lo común o que se acercan a nuestro ideal de perfección. Ser molón, guay, y hacer algo muy bien. Esos parecen ser los requisitos básicos para convertirte en alguien especial. Pero lo cierto es que a la hora de la verdad las personas especiales son aquellas que siendo idolatradas son lo más corriente del mundo. Personas con los pies en el suelo y la cabeza sobre los hombros. Que saben conectar emocionalmente con su entorno y que saben perfectamente cómo es el mundo real.

En el fútbol las personas especiales son aquellas que se desmarcan del prototipo de futbolista moderno. Aquellas que representan valores mundanos como la humildad, la lealtad, y la honestidad. Futbolistas que se acercan a la gente de a pie por ser personas corrientes. Los focos, los millones, los galardones y trofeos nos hacen perder la perspectiva de lo realmente esencial. La vida no consiste en alcanzar metas sino en luchar por ellas. Se quiere a las personas por cómo son, y no por lo que nos gustaría que fueran. Lo mismo pasa con el fútbol. Uno quiere a su equipo no porque gane, aunque quiera que gane. Y Torres representa todas esas cosas para los colchoneros.
Los colchoneros tendemos en vano a explicar por qué sentimos esa gratificación por Torres. Y no entienden que va más allá de lo puramente futbolístico. Como si ganar lo fuera todo, como si triunfar sólo consistiera en ganar. Todos de pequeño soñamos con vestir la camiseta de nuestro equipo, y sólo una persona entre millones consigue realizar ese sueño. Torres lo logró. Pero al llegar, se corre el peligro de perder la cabeza. De amueblar la cabeza con éxito, olvidar de donde vienes y ganar en egocentrismo. Las personas a las que les explicamos el sentimiento por él creen que vamos a contarles los datos de la Wikipedia. Hablando de sus títulos o goles, que son muchos. No, se trata de algo más, de pequeños detalles. Uno para ilustrar. Recuerda Torres en sus entrevistas que el verdadero héroe, es aquel que se levanta a la 6 de la mañana para cuidar de su hijos, que trabaja de sol a sol para mantener a su familia. No le falta razón. Pero si le hecho de pensarlo le hace común, el expresarlo le pone fuera de la órbita de los futbolistas.
Recordar de dónde vino, ser agradecido constantemente con las personas que le han cuidado desde niño hasta su adiós son detalles pequeños que se agigantan con su figura de campeón. Porque ganándolo todo, se emocionó de forma sincera, como un crío, por volverlo a hacer con unos determinados colores. Cumplía el último gran sueño que le quedaba y aún así no dejó de acordarse de todo el mundo. En ese escenario en Neptuno representaba con cada lágrima lo que nosotros querríamos cumplir y cómo lo querríamos cumplir. No se trataba de ganar, se trataba de cómo había atravesado el camino hasta allí. Desde el 96 cuando in situ celebró el doblete como aficionado, hasta este 2018 cuando lo celebraba como jugador. Torres nunca será alguien ordinario en las élites del fútbol, porque lo extraordinario es que siempre ha sido uno más entre nosotros.
Esto no va de santificar a Torres, va de reconocerle como lo que es, el futbolista que todos quisimos ser, la persona a la que muchos deberían aspirar. Con sus cosas buenas y malas. Porque no hay nadie perfecto, pero sí hay personas eternas. Leyendas las llaman. Y Fernando, tú eres una.
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