
Jesús Gil y sus esposa, María Ángeles Marín, junto a sus cuatro hijos: Óscar, Jesús, Myriam y Miguel Ángel. Foto: ABC
OPINIÓN. Estocolmo, 23 de agosto de 1973. El presidiario de permiso Jan Erik Olsson entró en la sede del banco Kreditbanken de Norrmalmstorg y, durante su asalto, tomó cuatro rehenes. Él y su amigo Clarck Olofsson los mantuvieron secuestrados casi una semana. En plenas negociaciones con la policía sueca, Kristin Ehnmark, una de las personas retenidas por los atracadores, empezó a mostrarse reticente ante un hipotético rescate. Con el paso de los días, la rehén se posicionó a favor de sus propios secuestradores. En el juicio, ninguno de los raptados testificó contra sus captores. Tras este sorprendente suceso, el criminólogo Nils Bejerot acuñó un término que hacía referencia a esta extraña conducta: síndrome de Estocolmo. Dícese del trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de sus secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas.
Un fenómeno similar lleva padeciendo la afición del Atlético de Madrid desde hace más de treinta años. Concretamente, desde ese fatídico 26 de junio de 1987 en el que la figura de Jesús Gil se hizo con la presidencia y secuestró en sus manos el devenir de la entidad. Aquella sería la última vez que los socios rojiblancos acudirían a las urnas para decidir su propio destino. Lo que vendría después sería una sucesión de tropelías y aberraciones que sumergirían a la institución colchonera en los años más oscuros de su legendaria historia.

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Con el ex convicto de El Burgo de Osma en el poder (recuérdese la condena por imprudencia temeraria tras la tragedia de Los Ángeles de San Rafael en 1969 y el posterior indulto del Gobierno franquista), el Atlético de Madrid vivió unos primeros años de fracasos deportivos, baile infinito de entrenadores, incremento incipiente de la deuda y una conversión fraudulenta a Sociedad Anónima Deportiva (SAD). Aquel episodio, por medio del cual Jesús Gil se quedaría con la mayor parte de las acciones del club sin poner ni una sola peseta, derivaría en el célebre ‘Caso Atlético’. El asunto de la transformación a SAD convirtió al Atlético de Madrid en el primer equipo español en ser intervenido judicialmente durante la temporada 99/00. Esa misma campaña, el Atleti terminaría certificando su dramático descenso a Segunda División. Cuatro años después, la Audiencia Nacional condenaría a Jesús Gil (ya fallecido), a Enrique Cerezo y a Miguel Ángel Gil Marín por los delitos de estafa y apropiación indebida. Meses después, el Tribunal Supremo ratificó la condena. Sin embargo, el juez desestimó la petición de la Fiscalía de devolver las acciones que poseían ilegítimamente, pues entendían que sus delitos habían prescrito.
El ‘Caso Atlético’ fue la joya de la corona de años de prácticas delictivas a orillas del Manzanares. Un año antes de que estallara dicha causa, la Guardia Civil ya había entrado en las oficinas del Estadio Vicente Calderón en busca de documentación que probara los delitos de prevaricación y tráfico de influencias por los que la Fiscalía acusaba a Gil en el llamado ‘Caso Camisetas’. Tras unos meses en prisión preventiva, Gil sería condenado en 2002 a 28 años de inhabilitación de cargos públicos y a seis meses de arresto. Entre medias, el ‘Caso Negritos’ redondeaba la Santísima Trinidad de procedimientos judiciales que salpicaron al Atlético en la etapa más oscura del ‘Gilismo’. Por esta causa, tanto Jesús Gil como su hijo Miguel Ángel fueron condenados a 18 meses de prisión. El primero no pudo cumplir la pena por su muerte. El segundo, al tratarse de una condena inferior a dos años y al no poseer antecedentes judiciales, eludió las rejas.
Todo este tedioso conglomerado de causas judiciales que le acabo de exponer nos lleva a una conclusión que, por evidente y repetitiva que resulte, conviene recordarla siempre: Miguel Ángel Gil Marín y Enrique Cerezo son los propietarios ilegítimos del Club Atlético de Madrid. Es más. La Ley de Sociedades de Capital dice, en su artículo 213.1 – Prohibiciones, que «No pueden ser administradores […] los condenados por delitos contra el patrimonio o por cualquier clase de falsedad«. El artículo 224 de dicha ley es todavía más explícito y recoge que «Los administradores que estuviesen incursos en cualquiera de las prohibiciones legales deberán ser inmediatamente destituidos«. Por si esto fuera poco, los propios Estatutos Sociales del Club Atlético de Madrid afirman, en su artículo 22, que «No podrán ser Consejeros las personas que se encuentren incursas en alguna de las prohibiciones legalmente establecidas, especialmente en la Ley de Sociedades de Capital y en la Ley del Deporte«. Con la ley en la mano, Miguel Ángel Gil Marín jamás debió seguir ejerciendo como consejero delegado desde que se conociera la sentencia del Tribunal Supremo el 4 de junio de 2004.
Con la ley y los Estatutos del club en la mano, Miguel Ángel Gil Marín jamás debió seguir ejerciendo como consejero delegado desde que se conociera la sentencia del Tribunal Supremo el 4 de junio de 2004.
Sin embargo, la realidad es bien distinta. Durante 26 años, Miguel Ángel Gil Marín se ha erigido como la figura más importante en la cúpula colchonera. Primero, como director general a la sombra de su padre. Después, como consejero delegado y máximo mandatario del club. Lo ha hecho, además, cobrando de forma ilícita cantidades de dinero millonarias por ejercer su ilegítimo cargo. Una remuneración que le obligó a reformar los Estatutos de la SAD para regularizar su situación. Para llegar a este punto, Gil ha contado con la connivencia de algunos, la indiferencia de otros y el silencio cómplice de muchos. El primer actor que ha desempeñado un papel clave en este esperpento ha sido la prensa. Empezando por el emblemático José María García, cuya campaña de apoyo a la figura de Gil resultó decisiva para su triunfo en las elecciones de 1987. Hoy en día, encontrar voces discordantes con el ‘Gilismo’ en los grandes medios resulta una quimera. Airear los trapos sucios del dúo prescrito supone un tema tabú entre los profesionales de la comunicación. Lo mismo ocurre con las instituciones. Frente a cualquier caso turbio, mejor mirar hacia otro lado. El tiempo lo cura y lo olvida todo. Incluso hasta los delitos.
Pero si verdaderamente existe un factor que ha contribuido a la perpetuación de Gil Marín y Cerezo al frente del Atlético de Madrid, ese es el de la afición. Esos mismos seguidores que, bajo la vitola de mejor hinchada del planeta, han permitido un sinfín de atropellos hacia aquello que dice amar. Cuando les robaron el club, la inmensa mayoría callaron. Unos, por resignación. Otros, por indiferencia. Cuando detuvieron a «don Jesús», salieron a la calle para decir que era un «preso político». Solo en los peores años de mediocridad, las voces de los críticos se oyeron con más fuerza. Por entonces, únicamente éramos los que estábamos y estábamos los que éramos. Ni uno más ni uno menos. Después llegó Simeone y, con él, el milagro. Deportivo, claro está. Desde los despachos se aprovechó para aniquilar todos y cada uno de los símbolos del Atlético de Madrid. Primero fue el desahucio del Calderón. Después, la imposición del logo en todas las equipaciones del club. Mañana serán las rayas, pero no se preocupe. Lo importante es crecer a nivel de marca. Y de deuda, claro está. Que La Peineta que tantos beneficios reportaría no ha hecho sino incrementar en 200 millones la cantidad adeudada por el club. La más grande del fútbol español, dicho sea de paso.
Lejos de defender aquello que le pertenece, el aficionado medio del Atlético (o cliente, si hablamos con propiedad) ha asumido como suyo el mantra gilista de la «evolución». Con esa burda justificación, los dirigentes rojiblancos han conseguido enmascarar todos sus ataques hacia la identidad del club. También cualquier irregularidad. Esa es la irónica alienación del hincha colchonero. Critica sistemáticamente las corruptelas del señor Florentino mientras habla de una persecución contra el Atleti y sus dirigentes. Presume orgulloso de no ser como ellos, pero anhela parecerse al gigante de Concha Espina a cualquier precio. Porque si los de blanco roban, nosotros también. Total, el fin justifica los medios. Ese mismo hincha acudirá el día de mañana al Metropolitano dispuesto a silbar si Koke da un mal pase o si el equipo cosecha un empate. Porque la prensa ha dicho que este año hay que ganar dando espectáculo. Y no ganar cualquier cosa. Si no es la Champions, será un fracaso. Eso sí: a los demás, decirles que no consuman. Pero ‘Cholo’, hay que jugar bonito.
Esa es la irónica alienación del hincha colchonero. Critica sistemáticamente las corruptelas del señor Florentino mientras habla de una persecución contra el Atleti y sus dirigentes. Presume orgulloso de no ser como ellos, pero anhela parecerse al gigante de Concha Espina a cualquier precio.
Sí, es cierto. Esta vez, el Atlético de Madrid no ha sido el responsable. Serán el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid los que tengan que rendir cuentas por la anulación del planeamiento urbanístico del Metropolitano. Pero, ¿saben quiénes no son los culpables en ningún caso? Exacto, Señales de Humo. El enemigo jamás puede ser aquel que exige una gestión transparente y democrática del Club Atlético de Madrid, por mucho que le pese a Gil Marín en sus comunicados basura. Por si fuera poco, el ilegítimo consejero delegado se permite el lujo de hablar del «sentir de la afición atlética». Un sentimiento que, en palabras de su socio Cerezo, debe acabar. Lecciones, ninguna, Miguel Ángel. El Atlético de Madrid no es lugar para pelotazos ni corruptelas. Señales de Humo seguirá luchando por que en el Atleti se hagan las cosas bien. Lo hicieron cuando el club estaba en la miseria y lo seguirán haciendo en el momento deportivo más brillante de su historia. La legalidad, como el esfuerzo, no se negocian. Eso sí, continuarán siendo la honrosa excepción. Porque el cliente medio acomodado, que ha tragado y seguirá tragando con lo que le pongan, padecerá eternamente los síntomas de un síndrome de Estocolmo incurable. Consumir y callar, sin quejas. Y si no, haber robado tú el club.