Foto: La Liga
OPINIÓN. Cuentan los entendidos del mundo de la comunicación que una de las grandes labores del periodista es resaltar el valor noticia de un hecho. Esto es, lo más novedoso, lo más destacable. Hablar del robo sufrido por el Atlético de Madrid en el Santiago Bernabéu el pasado sábado sería tedioso y reincidente. Nada nuevo sucedió bajo la noche estrellada en Chamartín. Ya se sabe: Concha Espina es la tierra de los milagros. Para los que allí vieron a un sordomudo salir expulsado por protestar, lo de este fin de semana resultó ser una minucia. Algunas ilustres ‘eminencias’ del periodismo patrio se animaban a preguntar quién había salido más perjudicado por el arbitraje del infausto Martínez Munuera.
Hablar del robo sufrido por el Atlético de Madrid en el Santiago Bernabéu el pasado sábado sería tedioso y reincidente. Ya se sabe: Concha Espina es la tierra de los milagros. Para los que allí vieron a un sordomudo salir expulsado por protestar, lo de este fin de semana resultó ser una minucia.
Como suele ser frecuente en este tipo de ocasiones, los medios de comunicación del país pusieron la maquinaria a funcionar y trataron de reducir el sinfín de atropellos del derbi a una única jugada: la mano de Casemiro en el 31′. Del empujón del brasileño a Giménez en la segunda mitad apenas se habló. La agresión de Ramos a Correa y su codazo a Kalinic con tarjeta se pasaron por alto. La segunda amarilla perdonada a Carvajal jamás sucedió. Los que trataron de desmenuzar todas las jugadas polémicas en redes sociales fueron suspendidos por cuestiones de copyright. El Ministerio de la Verdad del nacionalmadridismo había dado sus frutos, una vez más. El Gran Hermano de ACS observaba satisfecho.
Ni siquiera la limitación de una actuación paupérrima a una efímera jugada sirvió para despejar los fantasmas de la polémica. Tanta controversia generó la jugada, que el propio Club Atlético de Madrid solicitó una aclaración sobre los criterios de utilización del VAR (el sistema de asistencia de vídeo-arbitraje) durante la séptima jornada de Liga. Sí, amigos. Recuerden que el Bernabéu hace milagros. Algunos son de tal magnitud que, en un club cuyo presidente no recordaba el gol ilegal que le arrebató una Copa de Europa frente al mismo rival, se decidieron hacer públicas sus quejas. Ver para creer, oigan.
El comunicado oficial del Atlético de Madrid fue la chispa que encendió el fuego. A partir de ahí, una avalancha de aficionados madridistas y periodistas de bufanda blanca desprendieron su bilis contra la institución colchonera. Muchos de ellos, en un arrebato de originalidad impredecible, tildaron a la entidad rojiblanca de «llorona». Quién podría imaginar que todas aquellas críticas vendrían de los mismos que orquestaron una protesta multitudinaria contra el colectivo arbitral en la vuelta de la Supercopa de España 2017. «Árbitros, ¿por qué odiáis al Real Madrid?«, se preguntaban. Las tildes las añade un servidor.
Muchos madridistas tildaron al Atlético de Madrid de «llorón». Quién podría imaginar que todas aquellas críticas vendrían de los mismos que orquestaron una protesta multitudinaria contra el colectivo arbitral en la vuelta de la Supercopa de España 2017.
Otros fueron más allá y no dudaron en trivializar la actuación del trencilla. Como si opinar del arbitraje y del desarrollo del encuentro fueran cuestiones excluyentes. Sin embargo, la mejor joya llegó de la mano de un sospechoso habitual de cuyo nombre, permítanme, no quiero acordarme. Podrán conocer mejor su historia si buscan al tipo que decidió preguntarle a Usain Bolt tras sus últimos Juegos Olímpicos si le gustaba más el Madrid o el Barcelona. Ni corto ni perezoso, nuestro protagonista criticó ferozmente el comunicado del Atleti calificándolo de «ridículo» y restando legitimidad a las peticiones del cuadro atlético por haber sido, junto al Real Valladolid, el único que no acudió a la charla sobre el VAR ofrecida por la Liga. Debe ser que los que sí estuvieron en clase tampoco se enteraron demasiado. O si no, que pregunten a Mendilibar. O a Pellegrino. O a Machín. O a Busquets. O a Stuani. Pero claro. Cómo osar a cuestionar la infalibilidad de un colectivo que, paradójicamente, falla casi siempre.
No. El VAR no genera confusión. La confusión la generan los que lo utilizan. El problema no es el propio sistema, sino los que forman parte de él. No es comprensible que una herramienta que encandiló a todos en la Copa del Mundo funcione de manera tan deficiente en nuestra Liga. De nada sirve un instrumento que se usa mal o que, directamente, ni se utiliza. Todo se excusa bajo la máxima de que «lo interpretable no se revisa». Entonces, ¿qué se revisa? Porque en el fútbol, estimados lectores, todo es interpretable. Todo, a excepción de los fueras de juego. «Errores claros y manifiestos», afirman. ¿Acaso no es manifiesta una mano despegada del cuerpo dentro del área? ¿No es manifiesto un empujón en el aire a un futbolista en posición de remate? ¿Tampoco lo es un manotazo en la cara a un rival sin balón de por medio? ¿Ni siquiera un codazo en la cabeza con amarilla?
El VAR no genera confusión. La confusión la generan los que lo utilizan. El problema no es el propio sistema, sino los que forman parte de él. De nada sirve un instrumento que se usa mal o que, directamente, ni se utiliza. Todo se excusa bajo la máxima de que «lo interpretable no se revisa». Entonces, ¿qué se revisa?
Quizás nuestra ignorancia sea atrevida. Quizás hablemos sin saber. O, quién sabe, quizás sea la soberbia de los que siempre nos mearon en la cara y dijeron que llovía, de los que repitieron mil veces sus mentiras y, por mayoría, las convirtieron en verdad. Quizás sea por la arrogancia de los que tapan cualquier desviación de su inmaculado discurso bajo el irrebatible mantra de las trece Champions. Sea como fuere, desde las altas esferas del balompié nacional y mundial han asumido bien la máxima del «gatopardismo»: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie«. El VAR vino a revolucionar el fútbol… para dejarlo como está. Que lo disfruten.
