
Foto: Atlético De Madrid
OPINIÓN. En su tranquila morada de Königsberg, Immanuel Kant afirmó una vez que “con las piedras que los críticos te lanzan, bien puedes erigirte un monumento”. Algo parecido debe ocurrirle a Diego Pablo Simeone, cuya estatua a las puertas del Metropolitano es de obligada creación. Cualquiera lo diría después de la brutal pitada que recibió el pasado sábado frente al Éibar. Pongámonos en contexto. El Atlético de Madrid está empatando a cero en casa contra un rival presumiblemente inferior. La falta de pegada hace que Simeone mire al banquillo y tire de una baza por la que nadie habría apostado al inicio: el canterano Borja Garcés. Las opciones son dos: quitar a su homólogo en el puesto (Diego Costa) o cargarse un mediocentro en busca de la victoria. El ‘Cholo’ optó por lo segundo.

Por más que Rodrigo Hernández estuviera siendo el mejor del partido hasta entonces, los precedentes jugaban a favor del argentino. En el mismo minuto, durante la final de la Supercopa de Europa, Simeone sacó del campo al centrocampista madrileño para dar salida a un jugador de ataque como Vitolo. En Tallín salió a las mil maravillas. 31 días después, el mejor técnico de la historia del Atlético de Madrid había perdido el norte. “Se ha cargado el equipo”, replicaban histéricos los miles de técnicos potenciales que pueblan cada fin de semana las gradas del Metropolitano. O Wanda, que les gusta más. Paradójicamente, aquel chaval que cumplía el sueño de su vida bajo una pitada atronadora terminaría siendo el goleador rojiblanco de la tarde. Pero esa es otra historia.
En el mismo minuto, durante la final de la Supercopa de Europa, Simeone sacó del campo a Rodrigo para dar salida a un jugador de ataque. En Tallín salió a las mil maravillas. 31 días después, el mejor técnico de la historia del Atlético de Madrid había perdido el norte.
El daño ya estaba consumado. Una vez más, la histeria se había apoderado de aquellos que compraron el discurso distorsionado y pretencioso que quiere colocar al Atlético de Madrid como el gran candidato a todo. En el imaginario de ese cliente disfrazado de hincha, no solo vale con ganar hasta los amistosos; también hay que jugar bien. Y golear, por supuesto. Porque eso del ‘unocerismo’ es mentalidad de equipo pequeño.
Entre tanto afán por crecer y tanto delirio desmesurado de grandeza, el aficionado del Atlético de Madrid se ha dejado por el camino el gusto por animar a los suyos y la inquebrantable lealtad de la que tanto presumía. No es de extrañar que en el Fondo Sur apenas sean unos cuantos los que se sepan las canciones. “Nunca dejes de creer” o “Atleti yo te amo, contigo hasta el final” ya no son lemas grabados a fuego en los corazones de la gente, sino frases de marketing aprovechadas por el club para vender unas cuantas camisetas. Cosas de la evolución. Fue desolador comprobar la desbandada de aficionados que partieron hacia su casa con el tanto de Sergi Enrich. No es menos cierto que son muchos los que abandonan el estadio antes del pitido final. Sin embargo, la espantada del sábado no fue una decisión espontánea y casual.
“Nunca dejes de creer” o “Atleti yo te amo, contigo hasta el final” ya no son lemas grabados a fuego en los corazones de la gente, sino frases de marketing aprovechadas por el club para vender unas cuantas camisetas.
Solo unos pocos privilegiados presenciamos en directo el primer gol de Borja Garcés con la zamarra colchonera. Sí, privilegiados. Son pocos los que dudan de que, si todo va bien, este joven melillense recogerá el testigo de Fernando Torres en el cuadro rojiblanco. Con el paso de los años, dolerá volver hacia atrás y recordar cómo en su primera salida al campo no retumbó una ovación atronadora y sí una pitada ensordecedora. ¿Se imaginan al Calderón silbando en masa el cambio de Torres cuando debutó frente al Leganés? Resulta irónico pensar que, en aquellos tiempos oscuros, el Atleti naufragaba por la Segunda División y el inquilino del banquillo era un desconocido para muchos como Carlos García Cantarero. Hoy en día, el club vive uno de los mejores momentos deportivos de su centenaria historia y el entrenador es la mayor leyenda viva de la institución. Lógico que, desde fuera, no lo puedan entender. Yo tampoco alcanzo a comprenderlo.
El ‘Cholo’ suele repetir con asiduidad frente a las cámaras que la gente tiene que exigir. No le falta razón al argentino. El Atlético de Madrid es un club grande y debe tener el listón alto. No es menos cierto tampoco que el comienzo liguero está lejos del inicio que el equipo colchonero esperaba. Sin embargo, el aficionado medio del Metropolitano confunde peligrosamente la alta exigencia con la crítica furtiva. Una crítica que destruye y no construye. Una crítica dañina que busca el perjuicio y no el beneficio. Una crítica histérica y exagerada cuyo epicentro se encuentra en ciertos medios de comunicación sospechosos de no ser muy afines al Atlético. Y el cliente, que consume todo lo que le pongan, cae. Bien por falta de memoria, bien por puro desconocimiento, pero cae. Luego es ese mismo cliente el que sale en la puerta 5 del Metropolitano diciendo en los micrófonos de ese archiconocido y repugnante programa que Simeone no juega a nada. Ya lo decía un sabio erudito hace unos días: la ignorancia es muy atrevida.
El ‘Cholo’ suele repetir con asiduidad frente a las cámaras que la gente tiene que exigir. Sin embargo, el aficionado medio del Metropolitano confunde peligrosamente la alta exigencia con la crítica furtiva.
Aquellas palabras de Sergio Ramos respondían a unas declaraciones de Griezmann en las que el francés afirmaba que ya comía en la mesa de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. En otras palabras, Antoine consideraba que ya estaba a su nivel. No debió sentarle muy bien aquello al perspicaz camero, que soltó aquella esperpéntica sentencia. Sin embargo, parte de razón no le faltaba al capitán madridista en su razonamiento. Básicamente, porque en la mesa de Messi no come nadie más que él. Para el resto, las migajas. También para Antoine, independientemente de que merezca el Balón de Oro o no. Premios individuales aparte, lo que verdaderamente preocupa al aficionado rojiblanco es que Griezmann vuelva a su mejor nivel. En Mónaco ya se vislumbraron pequeños atisbos de mejoría. Getafe espera confirmar la recuperación de un Atlético de Madrid dispuesto a callar las bocas de los que lo han lapidado… otra vez. Así será.