Bajo el madroño: «La importancia de las formas»

OPINIÓN. Al hincha del Atlético de Madrid le apasionan las formas. Es precisamente eso lo que le diferencia de los demás. No es casual que Joaquín Sabina se basara en ellas para crear el estribillo de su famoso himno del centenario. «Maneras de palmar, maneras de vencer, maneras de sentir«. Porque en el imaginario colchonero nunca será igual la eliminación del 10 de mayo que la de Turín. Porque solo una hinchada que concibe la vida de esa manera puede agotar las camisetas del hombre que falló el penalti decisivo en la final de la Champions y, años después, silbar al tipo que marcó dos goles en la final de la Europa League.

Al hincha del Atlético de Madrid le apasionan las formas. Porque solo una hinchada que concibe la vida así puede agotar las camisetas del hombre que falló el penalti de la Champions y silbar al tipo que marcó dos goles en la Europa League

No se trata de resultados. No se trata de éxitos. Si algo valora el aficionado atlético, es el respeto a la camiseta. Todo lo demás se reduce a la más ridícula irrelevancia. De no ser así, cualquiera hubiese reservado su abono en Concha Espina. Afortunadamente, la vida es cuestión de esencias. Piénsenlo. Uno se enamora de alguien por lo que es, no por lo que ostenta. Y el Atleti, que se entiende más con la vida que con el fútbol, es eso: un amor verdadero.

Quizás resulte complejo impregnar de ese sentimiento a los futbolistas que vienen de fuera. Pero cualquiera que haya crecido en la Academia ha mamado esta filosofía. Lucas Hernández es un nuevo fracaso de esta cantera vacía de pertenencia. Aún parece que, entre el juvenil y el B, entre Mollejos, Camellos y Tachis, queda un último reducto de esperanza. Sin embargo, parecen una honrosa excepción.

La decisión de Lucas de marcharse al Bayern cumple perfectamente con la lógica del fútbol actual. Un club de primer nivel mundial viene con el dinero de la cláusula y le ofrece un sueldo de 13 millones netos anuales. Hasta ahí, nada reprochable. Capítulo aparte merecen las formas. El hermano mayor de los Hernández permitió la filtración del acuerdo en diciembre por parte de su representante, se borró del tramo decisivo de la temporada y, cuando todo apuntaba a su regreso, anuncia en marzo que se marcha a Alemania y que tiene que pasar por el quirófano. Adiós temporada y adiós Madrid. La recuperación, en Múnich. Existen muchas maneras de despedirse. Pocas, muy pocas, son peores que las de Lucas.

La decisión de Lucas de marcharse al Bayern cumple con la lógica del fútbol actual. Capítulo aparte merecen las formas. Existen muchas maneras de despedirse. Pocas son peores que las de Lucas.

Entre tanta despedida cutre y acelerada, el ridículo del Atlético de Madrid como institución es descomunal. El club rojiblanco deja marchar al central de la próxima década por un precio ‘asequible’ en este disparatado mercado. Todo ello, como consecuencia de una política de cláusulas de rescisión irrisorias para las grandes potencias económicas del continente. Esa conversión de las cláusulas en PVP (precios de venta al público) no solo permite a los City, Bayern o PSG tentar permanentemente a las estrellas colchoneras, sino que contribuye al chantaje de los jugadores para obtener renovaciones más jugosas y disparar la escala salarial de la plantilla.

El resultado de esta desastrosa gestión de la directiva es la pérdida de un enorme futbolista por un acuerdo (que no pago de la cláusula) anunciado antes de acabar la temporada y que lleva a Lucas a recuperarse en Múnich mientras el Atleti le paga lo que le queda de salario. El papelón es insuperable. El dinero, eso sí, calentito al bolsillo. 

Seguramente, el Metropolitano tendrá mucho que decir al respecto. Será una sorpresa que no retumben los silbidos y los cánticos contra Lucas. Y con razón. A la hinchada rojiblanca le sobran los motivos. Pero cualquier pitada que no venga precedida o acompañada de otra más grande contra el palco carecerá de sentido. A fin de cuentas, a Lucas ‘solo’ le fallaron las formas. A los prescritos les falló absolutamente todo… menos su codicia.

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