Contracrónica: «Emociones inútiles»

Tercer empate consecutivo del Atleti en Liga, evidenciando una clara falta de contundencia en el remate.

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Todos esperábamos ansiosos la vuelta a la competición nacional tras el parón de selecciones y todos hemos ido al Metropolitano con ganas de ver cambios respecto al panorama al que llevábamos asistiendo en las últimas semanas. Todos queríamos volver a ver al Diego Costa reconocible. Ese que se come a los centrales, que oxigena y estira al equipo con su juego de espaldas o ese que intimida y atemoriza a los rivales cuando echa a galopar como un potro desbocado sin importarle las consecuencias. Queríamos ver a un Morata que, como su compañero ataque, no ha tenido la continuidad necesaria debido a lesiones y sanciones absurdas y que parece más perdido que otra cosa sin encontrar su sitio junto al de Lagarto. Ante el Valencia hemos sido testigos de una mejora en la circulación de balón y en los movimientos de ataque que hizo posible que el equipo encontrara con asiduidad a João Félix, lo que se tradujo en constantes llegadas de peligro a la portería visitante. En lo que no se tradujeron esas llegadas fue en remates… A pesar de jugar con dos delanteros de la envergadura y categoría de Diego Costa y Álvaro Morata, el Atleti no tiene remate. Sus delanteros o no llegan o no aciertan cuando llegan, con la desesperación y ansiedad que ello provoca.

Al contrario que contra el Madrid o el Valladolid, en esta primera parte los colchoneros llegaron. Y mucho. El 5-3-2 que planteó Simeone de entrada provocó que las llegadas por banda a través de Arias y Saúl se multiplicaran, provocando situaciones constantes de 2 contra 1, pero no solo eso, por dentro Thomas y João también conectaban como no lo habían hecho en los últimos partidos. Sin embargo, lo que no llegó fue la contundencia. Morata se perdía en vueltas y revueltas en el área y a Costa, simplemente no le daba ni para llegar ni para anticiparse ni para llevarse un balón de espaldas ni para, siquiera, intimidar. No quiero ni pensar lo que hubiera sido si tampoco hubiera convertido el penalti tan claro como absurdo que Cherychev cometió a pocos minutos del descanso, cuando ya parecía que el dominio tan aplastante no se iba a traducir en ventaja en el marcador. Tal y como está el personal de impaciente, si Costa falla ese penalti, poco más o menos se tiene que ir de país. Afortunadamente, acertó y nos fuimos más tranquilos al descanso.

El segundo tiempo, nos trajo ese ni fu ni fa de las últimas semanas. Sin echarse atrás a defender el 1-0, los locales se convirtieron en un equipo anodino, cuya única aspiración fue ver transcurrir los minutos. El Valencia tampoco intimidaba, más allá de una clarísima ocasión que Cherychev mandó al larguero para culminar su particular tarde para olvidar. No se puede decir que Simeone no intentara poner remedio a esa situación. En el minuto 68, ya había hecho los tres cambios. Unos cambios que trataron de mandar el mensaje de que había que ir a por el segundo y no conformarse con lo que había. Volvió a la línea de 4 atrás, introdujo a Lodi y a Lemar de golpe, quitó a un flojísimo Hermoso y adelantó a Saúl. Si eso no es un mensaje del entrenador para buscar otro gol, que baje Dios y lo vea, aunque algunos, como los que se atrevieron a pitarle en algún momento del partido, en su cerrazón mental habitual no lo vayan a querer ver nunca. Simeone fue valiente agotando los cambios cuando aún faltaban más de 20 minutos para el final, y lo hizo buscando sentenciar el partido. Al final, pareció tener la culpa de que João Félix se lesionara y que acto seguido, una falta (que no era) magistralmente lanzada por Parejo, dejara las tablas en el marcador. Últimamente, Simeone tiene la culpa de todo. Si hace cambios porque los hace. Si no los hace, porque no… Seguro que también será el responsable de que los políticos no lleguen a acuerdos para gobernar o del conflicto en Cataluña, y si no al tiempo… Dice Walter Dyer en su libro «Tus Zonas Erróneas» que la culpabilidad y la preocupación son quizá las dos formas más comunes de angustia en nuestra cultura. A él hay dos días en la semana que nunca le preocupan. Dos días sin miedos ni temores. Uno de esos días es ayer… y el otro  mañana. Qué quieren que les diga… en situaciones así, yo miro al banquillo y estoy mucho más tranquilo. Llámenme loco.

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