Querido Fernando:

Se me hace extremadamente complicado empezar esta carta. Hoy es uno de esos días en los que abundan lágrimas y escasean palabras. Justo, precisamente, en el momento que más se necesitan. Sin embargo, bien sabes tú que las cosas no salen siempre como uno desea. Siento si este pequeño tributo no está a la altura de tu figura. Seguramente, no lo consiga. Pero compréndeme. La ocasión lo merece.

No voy a mentirte. El dolor y la nostalgia me invaden por dentro. No porque me sorprenda. De hecho, lo esperaba. Dudo que a alguien le haya pillado desprevenido esta decisión. Simplemente, uno nunca está preparado para decir adiós. Por más que digan que crecer consiste en aprender a despedirse, supongo que jamás dejaremos de ser unos niños en eso. Como tú fuiste, eres y serás siempre el nuestro. Uno no puede ocultar la admiración que siente al mencionar tu nombre. No es para menos.

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Torres celebrando su primer gol frente al Albacete. FOTO: Mundo Deportivo

Nací en aquella época en la que los peques del Atleti eran los bichos más raros de la escuela. Me crié en los años donde portar el rojiblanco constituía una herejía dentro de la impoluta galaxia blanca. Crecí escuchando las historias de mi padre y mi abuelo, aquellas memorias del ‘Doblete’ y la desdicha del 74. Recuerdo sus leves sonrisas y sus muecas de resignación, como si aquellos tiempos fueran tan lejanos que resultaran imposibles de recuperar. Y allí estabas, siendo el único halo de luz en la profunda oscuridad del Infierno. Tú, más hereje que nadie, negaste al innegable, rechazaste al irrechazable. Ellos lo tenían casi todo, tú todo aquello que les faltaba. Nunca lo entendieron, nunca te lo perdonaron. No es de extrañar que aquellos que hoy te utilizan para dilapidar a Simeone –enemigo público número 1 del madridismo como tú lo fuiste en su momento– jamás te reconocieran lo suficiente. Ni siquiera después de Viena, cuando tú y Luis llevasteis a la gloria a todo un país. Es el precio que tuviste que pagar por decir “no” a jugar en Concha Espina. Nunca lo olvides.

Emergiste de las cenizas de un gigante caído. Con apenas 17 años, capitalizaste la ilusión de toda una hinchada cuando Paulo Futre te llamó para decirte que había llegado la hora de dar el salto. Hiciste rugir a tu Vicente Calderón en aquella mañana del 27 de mayo de 2001 frente al Leganés, como si el debut de aquel dorsal ‘35’ resultara premonitorio para tu gente. Llevaste al delirio a miles de los tuyos cuando una semana más tarde empezaste a escribir tu leyenda en Albacete. Te derrumbaste en Getafe por el ascenso frustrado y te subiste a Neptuno un año después, cuando la agonía de Segunda terminaba. Portaste con orgullo un brazalete de capitán que ni con 19 años te pesaba. Alzaste la bandera del Atlético de Madrid cuando todos renegaban de ella. Nos diste la oportunidad de soñar en aquellos años de pesadilla. Iluminaste el camino de los que vinieron desde abajo y hoy se sientan a tu lado como emblemas del club. Tiraste de un carro sin rumbo hasta que los intereses del dúo y aquel humillante 0-6 del Barcelona te llevaron a decir “basta”.

Quizás los que no vivieron esa época o los ingratos que carecen de memoria no comprendan la magnitud de tu legado. Pero créeme. Los que mordimos el polvo, los que experimentamos aquellos años de miseria, valoramos aquello mucho más que algunos títulos. Tú lo empezaste todo, le pese a quien le pese. Eras nuestro único motivo para pasear la zamarra colchonera con la cabeza bien alta. Eso sí, siempre luciendo el ‘9’ a la espalda. Por eso, cuando aquel 4 de julio saliste del Calderón para poner rumbo a Liverpool, el llanto fue desconsolado. Sospecho que este “adiós”, por definitivo que sea, nunca será tan doloroso como aquel “hasta luego”. Pero el tiempo pasó y tú creciste sin nosotros, como nosotros sin ti. Te hiciste mayor y conquistaste todo aquello que soñaste lograr en rojiblanco desde que en los campos de Las Cruces, en el barrio madrileño de Las Águilas, un tal Manuel Briñas Barril predijera que aquel chaval pecoso e introvertido sería algún día el emblema del Atlético de Madrid.

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Briñas y Fernando Torres tras el gol 100 de El Niño FOTO: Atlético de Madrid

Reencontrarse era una cuestión de justicia poética. De la misma manera que tú rescataste al Atlético del ostracismo en su época más oscura, el Atlético te rescató a ti de tu penitencia en Milán. Diego Pablo Simeone fue el responsable de ello. Su único pecado fue anteponer al jugador por encima del ídolo, primar el interés del equipo por encima del individual. Alguna persona tóxica de tu entorno no lo aceptó. Cierto periodista cercano a ti llegó a insinuar que el ‘Cholo’ frivolizó con tu propia vida después de aquella dramática caída en Riazor. Griezmann, jugamos 4-4-1, titulaba el artículo aquel innombrable. No lo niego. Siempre fuiste un caballero de los pies a la cabeza. Jamás alzaste la voz ni contribuiste a crear ninguna división. Sin embargo, hay silencios que son cómplices de algunas palabras. Quizás no pudiste, quizás no supiste o, simplemente, quizás no quisiste. Nunca lo sabremos. Pero esos tipos te han perjudicado más de lo que te han beneficiado. No dejes que sigan aprovechándose de tu nombre. No te merecen.

No obstante, tienes razón. Este no es un día de reproches, sino de recuerdos. Recuerdos, como aquel 4 de enero de 2015 en el que tu única presencia llenó el Vicente Calderón para darte la bienvenida a casa. Nadie más que tú sería capaz de generar ese ambiente. Recuerdos, como ese ‘doblete’ copero en el Santiago Bernabéu o esa celebración besando el césped del templo contra el Barcelona. Recuerdos, como ese gol 100 que hizo estallar de júbilo a todo el Manzanares. Recuerdos, aunque amargos, esas lágrimas en San Siro. Aquellas que jamás habías derramado, ni siquiera cuando te rompiste esa maldita meseta tibial con 15 años. Seguramente porque sentías, como nosotros, que esa era la noche. ¿Y qué me dices de aquellos goles al Athletic? Tenías que ser tú quien cerrara el templo por la puerta grande, del mismo modo que Luis lo abrió en la mañana del 2 octubre de 1966.

Recuerdos, recuerdos y más recuerdos. Podríamos no acabar nunca si nos pusiéramos a enumerar todos los instantes que nos dejaste. Quién sabe, si los mejores están todavía por llegar. Nada me haría más feliz, pues no me quedaría tranquilo si no tocas metal de rojiblanco. Ahora es momento de dejar las palabras, de preparar la voz para cada domingo y dejar nuestras manos ensangrentadas de aplaudirte. Levanta la Europa League en Lyon, despídete a lo grande del Metropolitano, acaba tu carrera con todos los honores y vuelve a casa pronto para salvar al club desde el palco como una vez lo hiciste sobre el césped. Si no, tu grada te espera. Desde que tu padre José y tu abuelo Eulalio te llevaran al Calderón por primera vez una fría tarde de enero para ver ese Atlético-Compostela, esta ha sido tu casa. Porque ya sabes, querido Niño: siempre serás uno de los nuestros. Tú con nosotros, nosotros contigo.

GRACIAS FERNANDO.

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