Contracrónica: «Los héroes de Neptuno»

Corría el minuto 88 y Neptuno decidió que era el momento de desatar la tormenta y limpiar el corazón y las almas de todos los que se encontraban honrando de manera venerable los últimos momentos del Vicente Calderón en la Copa de Europa.

atleticodemadrid.
atleticodemadrid.

El dios de los mares quiso regar nuestras semillas de sempiterna ilusión para que sigan germinando en otros campos, en otras tierras lejos de las orillas del río mágico que remontabas desde los océanos a menudo.

Obligó al cielo a rugir y a llorar al unísono con esa gente que acudió a sus gradas por penúltima vez recordando esos sesenta años transcurridos en el fragor de un sinfín de batallas frente a estandartes comandando los ejércitos más feroces del continente e incluso allende los mares.

En esta última batalla nuestros guerreros volvieron a honrarte a ti, dios de los océanos, en tu casa, en esa donde hemos compartido junto a ti tantas y tantas alegrías, creciendo juntos, formando una gran familia. También hubo sinsabores, cómo no. Ninguna familia está libre de sufrirlos, pero siempre nos has ayudado superarlos, a sobreponernos y levantarnos con más fuerza. Unidos en un solo corazón. En una sola garganta. Nadie más que tú pudo elevar a Saúl para incrustar ese balón en la red. Nadie más que tú pudo colocar alas en las botas de Carrasco, del Niño, de Gabi, de Giménez, y en las espaldas de Oblak, cuando las piernas ya no podían dar más de sí.

Nadie como tú para conseguir que lo imposible pareciera realizable por un momento y que el miedo se instalara en la cara del mismísimo Caronte. Nadie te representará mejor en tierra firme que ese señor vestido de negro que te invoca constantemente. Él es nuestra guía. Nuestro Norte y Sur. El Este y el Oeste. Sólo espero que inspires a los que tú ya sabes para que le otorguen todo lo que pida en nuestra nueva casa, en tu nueva casa. Ahí tienes trabajo de verdad.

Gracias, dios de los mares, por darme el privilegio de abrazar esta hermosa e inquebrantable fe, junto a mis seres más queridos, fe que muchos, no solamente no entienden ni entenderán nunca, sino que intentarán todo lo que esté en su mano por socavarla y despreciarla, por el simple hecho de no ser como ellos. Tu mayor triunfo reside en que aquellos que presumen de tanto oro en sus arcas de repente han caído en la cuenta de que no tienen nada.

Deja una respuesta