300 partidos. 187 victorias, 66 empates y 62 derrotas. 1 Europa League, 1 Supercopa de Europa, 1 Copa del Rey, 1 Liga, 1 Supercopa de España, 2 finales de Champions League. Números… A pesar de lo que significan, recitados así no dejan de ser números. Fríos e impersonales. Números que no transmiten el estado de ánimo en el que nos encontramos desde aquel 23 de diciembre de 2011 hasta hoy. 1163 días de gestos insuflando a todos los estamentos del club el orgullo de pertenecer al Atlético de Madrid. Desde jardineros, porteros, empleados de administración, jugadores, hinchada hasta la propia directiva. Esa directiva que había instalado a la entidad en la más absoluta mediocridad tras años y años de gestión ruinosa y la pérdida de los valores forjados a lo largo de más de 100 años de historia.

Foto: Atleticodemadrid.com
Foto: Atleticodemadrid.com

Atrás quedaron el fatalismo atávico, el pupas, el papá, por qué somos del Atleti, la estética del perdedor, el pobre Atleti y demás memeces que nos hemos estado creyendo durante años y años de intoxicación propia y ajena. Él nos quitó la venda de los ojos y nos enseñó lo que nunca deberíamos haber olvidado, y es que el Atlético de Madrid tiene que ser molesto. Que el rival, se llame como se llame y ante la inminencia de un choque contra el Atleti, sienta el disgusto, el desagrado y la contrariedad de tener que enfrentarse a una roca que te va a llevar permanentemente al límite. Antes los rivales se frotaban las manos ante lo que suponían un enfrentamiento del que iban a salir reforzados. Desde hace 5 años eso ya no es así y ese enfrentamiento se ha convertido en algo peor que un dolor de muelas. En una pelea contra una manada de feroces lobos hambrientos que no van a dejar de intentar despedazarte te llames como te llames y eso hace que a los ojos de los demás ya no seas tan simpático y tan entrañable como cuando suponías una inyección de moral.

Con las imágenes aún en la retina de Bucarest, Mónaco, la final de Copa en el Bernabéu, la Liga ganada en el Camp Nou, las eliminatorias de Champions contra Milán, Barça (x2), Chelsea o Bayern, esa amenaza contra el establishment ha supuesto que éste no haya dejado de emplear todas las armas a su alcance para acabar con el intruso que se quiere sumar a su fiesta. Desde el hipotético éxodo constante de tus estrellas a otros equipos, hasta lo aburrido e infumable que es su juego, pasando por que solamente marcan a balón parado o que son unos violentos. Esa es la grandeza de Diego Pablo Simeone por encima de todos los números, estadísticas y títulos. Ha molestado a los que quería molestar, recuperando la esencia que tantas veces hemos oído de nuestros padres y nuestros abuelos. Esa esencia no es otra cosa que ver reflejado en un terreno de juego el orgullo que supone de ser del Atlético de Madrid. Y lo ha hecho desde donde hay que hacerlo. Desde el esfuerzo, desde el no rendirse jamás. Desde el ardor guerrero. Desde el insistir e insistir y volver a insistir. Porque si se cree y se trabaja, se puede. Hoy son 300 y ojalá sean 1300 más como mínimo, pero por encima de los números, de lo que quiera estar con nosotros y con el pleno convencimiento de que la culminación de su obra está próxima, sirvan estas palabras para expresar nuestro eterno y más profundo agradecimiento por su legado.

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