19 abril, 2024

Define el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como orgullo: «Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas». No puedo estar menos de acuerdo con esa definición aplicada al titánico desempeño realizado por el Atlético de Madrid esta noche en el Camp Nou.

Foto: Marca.com
Foto: Marca.com

Por supuesto, no discuto ni la nobleza ni el virtuosismo de lo visto allí, sumado a lo que se vio hace seis días a orillas del Manzanares, sino que aquéllos desemboquen en arrogancia o vanidad, cualidades más predicables, tanto de nuestros adorables vecinos como de nuestros rivales de ayer. Es un contrasentido que las causas nobles y virtuosas desemboquen en algo arrogante o vanidoso. Como también lo es que el exceso de estimación propia (amor propio, de toda la vida) nazca también de causas nobles y virtuosas. Yo entiendo, humildemente, que el amor propio es algo noble y virtuoso en sí mismo, y que todo derroche de amor propio bien entendido suele producir sentimiento de orgullo entre nuestros seres queridos.

Y si algo ha caracterizado a este equipo durante los últimos cinco años es precisamente eso: el amor propio. La principal diferencia entre el equipo que se encontró Simeone cuando llegó y el que él nos ha devuelto es precisamente ese exceso de estimación propia, que dice la Real Academia. Amor propio ante un penalti tonto (pero penalti) cometido sobre Fernando Torres y escamoteado cobardemente. Amor propio ante un gol en contra en un lance aislado, después de estarle dando a tu rival un meneo de consideración. Amor propio ante la desafortunada e infantil acción de uno de tus jugadores, Yannick Carrasco, el cual debería reflexionar sobre su actitud en los últimos meses en lugar de hacerse caso de falsos aduladores. Amor propio ante un fantástico gol de Griezmann que alguien decidió que no tenía razón de ser. Y amor propio ante otro más de los penaltis desperdiciados esta temporada.

Estamos de acuerdo en que el resultado del partido de ida complicaba tremendamente la eliminatoria, pero, más allá de tratarse de una semifinal de Copa, este partido era fundamental de cara a las empresas que están por venir a partir de ahora, y cuando el árbitro ha pitado el final, en ningún momento se ha visto alegría o celebración entre los jugadores del Barça y el público presente. He visto miedo en las miradas. Como vi miedo hace un año, después de que acabaran pidiendo la hora contra 9. Y es que no hay nada que infunda más miedo que juntar fe ciega, amor propio… y orgullo. Que no lo olvide nadie. La vanidad y la arrogancia se las dejamos a otros.

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